Vuelta de página

La tarde empieza a caer, un olor, raro a esta hora, de pasto recién cortado, viene con ese viento ligero medio fofo que en el borde del jardín apenas si mueve unas hojas que tienen más de secas que de verdes. A un costado del cercano y corto paisaje sin más gracia que el salpicado de rojo geranio, un níspero entumecido dice presente con los deslucidos amarillos en tanto fruto. Si digo con el blanco de hueso sucio tirado por ahí, no estaría muy lejos de dar en el bull.

Hay en este espacio un algo como de papel arrugado que poco tiene que ver con el tarugo de bocinas alaracosas que empiezan a convertirse en el primer signo de vida despierta que puedo recoger en este nuevo tramo en el circuito de mis caminares. Los tengo con dirección prefijada y dirección suelta, esta para trazarla atendiendo a los indicios señales detalles que al verlos me dicen por ahí va la ruta y la sigo hasta cuando encuentre ese otro detalle que me indicará por dónde continuar. Son caminatas entretenidas al repasar lo conocido y recibir las sorpresas que traen esos indicadores de ruta. No sería difícil decir este impromptu de caminares, a pesar que hay algunos con similitudes que pueden hacerlos parecer pares, pero no lo son, como se dice, siempre tienen la puerta abierta. Como en mi casa, para que entre el fresco que estas noches se le dio por estar viniendo con una garúa finita. En la mañana, cuando bajo, encuentro el piso con esa humedad medio brillosa que seco con hojas de diario, nunca con la mía, técnica que no recuerdo de dónde la saqué y funciona muy bien.

Hasta me permite hacer unos juegos mientras las voy colocando. Montando una hoja sobre otra, empujándolas un poquito, volviendo a levantarlas para que empaten textos avisos fotografías organizando zonas creando imágenes que luego cambio, modificando la primera composición. Me digo son instalaciones, acciones efímeras absoluta y totalmente unipersonales en la ejecución, observación y el disfrute previo al desayuno que tomo después de haber respondido al llamado de los tordos que vienen al balcón del oeste y saludan con ese gorjeo que respondo con gracias, también para ustedes buenos días, y me regalan con la segunda tanda.

Y no hagan ideas porque seguro que muchos tienen a Francisco en estampita y vieron la película. A continuación, en esa antigua pieza cusqueña con esmalte vidriado les pongo las miguitas que comen, espero las terminen porque sabe llegar esa cucula no invitada que no saluda ni canta y si me descuido da unos rápidos picotazos y se levantó todas las migas. Encima, es boba, no entiende, y eso que se le ha repetido una y otra vez, no eres la de la paz ni del Espíritu Santo y si insistes te convertirás en la del tallarín. Pura amenaza. Bueno, así la mañana ya está en función, puedo poner rumbo al Santa Rosa o al mercado de Magdalena; jugar con Gretta y Domennicokh, mis queridos gatos compañeros, ojear un libro, repasar mis fotos de ayer, hacer unos dibujos y embarcarme en la preparación de mi almuerzo. Nada complicado.

Hoy, regresando de una caminata, al terminar un café preparo reparo y tengo listo todo este discurso porque encontré una seña que me dio pauta para cambiar lo que tenía organizado y traer las fotos de Mauricio de Romaña Bustamante con Patricia Gibson, su esposa, en la casa de Sabandía; la tira de contacto de Fernando y Elizabeth Leite Ribeiro con Queca Bergna en mi cumpleaños, Chorrillos; y la de Javier Temple en 1976. Buenos amigos míos.

Mauricio, fue pionero en la proyección del Cañón del Colca y el Valle de los Volcanes, motores del gran turismo en Arequipa; Javier, estimada figura en el mundo del espectáculo por sus elegantes personajes interpretados con fonomímica en sus más famosas canciones. Ambos, recientemente emprendieron el vuelo eterno. Fernando, como su padre, fue importante embajador de Brasil en Perú. Los dos dejaron obra y un grato recuerdo. Queca, tiene vínculos con Brasil por su matrimonio. Los tenemos como recuerdo por el 7 de setiembre, Día Nacional del Brasil.

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