Y, ¿ahora qué?
Por Edistio Cámere
La historia es una sucesión y no una construcción de hechos colocados acorde a subjetivas interpretaciones. Los hechos dejan su impronta, las interpretaciones los subvierten. Los efectos de las decisiones de la administración de Martín Vizcarra son parte de la escenografía de nuestro presente. Razón tenía la política española Rocío Monasterio cuando afirmó que durante estas dos últimas décadas la izquierda impuso la agenda, el centro la asumió y la derecha al gestionarla le dio carta de ciudadanía. Consecuencias: a) la cesión de la Universidad y, con ella, la palestra para proponer, responder o articular discursos, reflexiones y escenarios de desarrollo socio-cultural y económico del país. b) Metidos de lleno en el trajín de lo cotidiano, el hablar quedo se aprovechó para que la cultura, las tradiciones, el Perú en proceso de integración sobre los valores de la peruanidad y los occidental - cristianos que animan nuestra república recibidos como herencia de nuestros pasados, fueran vaciados de su contenido para atiborrarlos con una ideología cuya bandera es acentuar la contradicción y la confrontación. El liberalismo, sin duda, también ha abonado a favor de la inoculación ideológica de la izquierda, mediante el relativismo, el individualismo subjetivista y el consumismo.
No queda espacio para la duda. La izquierda mira y trata de ajustar la realidad a su enfoque de contradicción y antagonismo. El cariz de esta ideología impide el cotejo de ideas en un concierto plural, por eso necesita revestirse de poder, aunque sea como inquilino precario, para imponer su cosmovisión cultural. La hegemonía de su enfoque ideológico que busca imperar, se alimenta de un culto que raya en lo obsecuente y en el paroxismo y, simultáneamente, del desdén hacia los “otros” que, incapaces de aprehender la centralidad de su mensaje, es preciso imponerlo a costa de ahogar la libertad.
Y, ¿ahora qué? ¡qué! La gran contienda que se avecina tiene el propósito de reconquistar y recapitular la cultura, mezcla de historia, de sentido común, de la trama de las vivencias cotidianas y de las expresiones, tradiciones y valores de la peruanidad. La elección democrática de un sistema de gobierno se define en las urnas. Sin embargo, un país no se pierde en las urnas. Se pierde cuando se abandona la presencia del mundo vivido, es decir, no lo valoramos, lo recusamos para abrazar modos de ser y obrar venidos de fuera y presentados como “cambios y reivindicaciones” necesarios para dar un nuevo sentido al mundo real y vivido. Se inicia un combate en el terreno de las ideas. Con la arremetida de la izquierda, de la mano con el poder, pareciera que los discursos republicanos y occidentales perdieron vigencia. Nada más falso. Se parecen al oro por su resistencia al paso del tiempo: las ideas y argumentos de que disponemos para –con tesón y paciencia– salir airosos en la gesta de la recuperación cultural del país, tienen la solera, fuerza y lógica de la cultura griega que desde el siglo V A.C. ha marcado su huella en los valores humanos y occidentales.
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