Y… ¿esto para qué sirve?
En su libro La pasión por la verdad, el filósofo y escritor Tomás Melendo propone la siguiente reflexión: Todos los padres estarían de acuerdo acerca de lo pesados que resultan los niños en los primeros años, cuando se empeñan en repetir: “¿qué es esto o aquello?” y “¿por qué es, y es de una u otra manera?”.
Pero muy pocos prestan atención a que, con el correr del tiempo, hacia los doce o trece años, o aún antes, esta interpelación se vea tristemente reemplazada por el “para qué sirve” utilitario, servil, cuya traducción vendría a ser: “¿Qué ventajas puede sacarse –¡puedo sacar yo!– de todo ello?”. Ciertamente, a los niños la realidad les asombra, son capaces de admirarse con lo que sus ojos ven; no contentos con ello quieren saber por qué llama su atención.
Al niño le interesa lo bueno, lo bello y lo verdadero que encuentra en su ambiente; no lo mueve el satisfacer sus intereses individualistas. Su sencillez y el desprendimiento con respecto a la primacía de su yo le permiten establecer un diálogo, franco y desprejuiciado, con la realidad que le circunda. A medida que el yo se va haciendo preponderante, lo que se incoa en la pubertad y en la adolescencia, ese diálogo muda en una especie de soliloquio.
Para dialogar se requieren dos sujetos que se muestran con transparencia y tienen amplias coincidencias. Cuando el yo se vuelve exigente, la realidad pierde su condición de manantial que calma la sed del asombro, del conocimiento y de la contemplación estética; más bien, se convierte en una especie de mina cuyo objeto es extraer todo lo que beneficie, sea útil o produzca goce.
La sabiduría se va perfilando de la mano con la capacidad de escucha, que no es otra cosa que dejarse permear por lo que las cosas son en sí mismas y no como nos gustaría que fuesen. Al estar pendiente le acecha un poderoso adversario: el yo como centro que pretende mensurar la realidad de las cosas desde su particular óptica y termina reduciéndolas o distorsionándolas. ¡De qué otras maneras podría aproximarse a ellas!
El ¿para qué sirve esto? es una pregunta con una amplia gama de respuestas válidas pero contenidas en un ámbito determinado. Fuera de ese espacio, existe una serie de realidades que no son “útiles” para la supervivencia, pero sí para realizarnos como personas. Las humanidades son un clásico ejemplo: la filosofía, la literatura, la historia, el arte, etc.
Efectivamente no “sirven” para –como lo diré– enfrentar a un mercado especialmente competitivo, pero sí para encontrar el sentido a la vida, para desentrañar las riquezas que el mundo cela, para descubrir la verdad, adherirse al bien y disfrutar de lo bello. Lo propio se puede glosar acerca de las virtudes y de los valores. Para medrar en una sociedad superficial, la sinceridad es un escollo; pero para la amistad intensa y el amor duradero, ¡cuánto sirve ser sincero!
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