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Y seguimos choleando

Fecha Publicación: 22/03/2019 - 21:50
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Hace unos días, Indecopi sancionó a la promotora de un colegio privado en la región Piura por un acto de discriminación en perjuicio de un alumno a quien impidieron participar en una actuación por el Día del Padre debido a que él era hijo de una madre soltera y le exigían la presencia del padre. Eso ocurrió el 2018. Este hecho obligó al retiro posterior del niño con el consiguiente golpe moral y sicológico en perjuicio del lado más vulnerable de su persona. La discriminación en el país sigue siendo una realidad lamentable, bajo sus múltiples facetas.

Los esfuerzos que el Estado realiza para su erradicación se estrellan, irremediablemente, frente a una cultura discriminatoria y racista fortalecida en siglos de existencia y de práctica. Es una conducta de todos los días entre hombres y mujeres de todas las edades, sea por razones de color, de origen, de raza, de religión, de sexo, de educación o de ubicación social. Se expresa en cada instante y en todo lugar, tal como lo podemos advertir en público, cuando los medios de comunicación o las redes sociales los ponen al descubierto.

Hace años una conocida conductora de televisión denunció haber sido víctima de discriminación y racismo en razón a su color de piel. En aquella oportunidad ella acusó a un funcionario de Migraciones haberla ofendido, en momentos que retornaba de un viaje internacional. Dice que dicho empleado le dijo: “ya pasaron las doce del día, por eso te olvidas”, cuando ella había olvidado sellar su pasaporte. Frases de esta naturaleza, hirientes y racistas son frecuentes en el medio. Mujeres blancas que “cholean” a otras por ser trigueñas, o porque visten modestamente, jovencitas que llaman “serranas” a otras con tono despectivo y discriminatorio, para hacerles notar que no son iguales a ellas, son comportamientos que no desaparecen.

Y son formas de violencia, revestidas de racismo. Somos un país que arrastra, desde la conquista y más fuertemente desde la colonia, conductas discriminatorias, pese a que ahora somos parte de un universo más desarrollado y de adelantos tecnológicos diversos. No hemos superado raigales estigmas y fetichismos sociales que apuntan a excluir a gruesos sectores de nuestra población solo por su origen étnico o su color de piel o lo mal que hablan el español, porque sus lenguas de origen son otras. La discriminación es un problema social y humano que tiene graves consecuencias para quienes se sienten humillados y excluidos.

Luchar contra ella nos debe comprometer a todos, pero con mayor responsabilidad a quienes tienen la obligación de elaborar políticas públicas y que busquen sensibilizar a una población poseedora de conductas y conceptos racistas y desintegradores que mantienen su pervivencia. Ello supone cambiar los paradigmas que vienen desde los hogares y se prolongan en los colegios, perturbando, peligrosamente, la formación de nuestros niños y jóvenes en pleno crecimiento.

En este propósito, deberíamos buscar la transformación en las formas de relacionarnos los ciudadanos del país, y también de comunicarnos con valores de respeto, tolerancia, libertad personal y ser inclusivos en los hechos. Las muchas formas de discriminación son realidades de lo cotidiano en el país. Tanto que las agresiones verbales y las burlas racistas que humillan se han convertido en conductas normales que ya no llaman la atención, con el riesgo desmotivador que ellas conllevan. Esta es la realidad. Debemos llamar la atención de todos y, de manera especial, de las autoridades de los sectores Educación y Cultura que tienen a su cargo la educación de nuestros niños y la lucha por el respeto de nuestra identidad, respectivamente. Es una de las tantas tareas pendientes que no debemos perder de vista.