Delincuencia, herramienta de manipulación social: criminalidad e inseguridad ciudadana como armas políticas [ANÁLISIS]
Aunque los delitos son construcciones jurídicas, la delincuencia es percibida como un fenómeno constante que acompaña a las sociedades desde su origen.
Sin perjuicio de aseverar que los delitos solo son definiciones textuales o ficciones jurídicas que aparecen descritas en los textos legales, la delincuencia, como la entiende el común de los ciudadanos, es un componente que acompaña a los seres humanos desde que decidieron vivir en comunidad. Es un fenómeno permanente y constante que se modifica con el paso del tiempo y se adecúa a las circunstancias.
La delincuencia es perenne y no desaparecerá, en consideración a que acompaña a las sociedades de acuerdo con su desarrollo y contingencias. No existe país en el mundo en el que no exista delincuencia, llámese callejera, urbana, de cuello blanco (“white collar”).
Sin embargo, la delincuencia se convierte en un problema cuando deja de ser un tema residual y se convierte en un serio conflicto de índole que afecta a la ciudadanía en su totalidad. Me refiero a cuando el propio Estado pierde la capacidad para controlar el delito y el crimen frente al aumento vertiginoso y acelerado de la delincuencia en todos los planos.
Hablamos de cuando la criminalidad se convierte en un asunto político, en el que los poderes del Estado y las instituciones de control adolecen de y carecen de la capacidad suficiente, tanto para controlar el crimen como para someterlo a los parámetros que señalan las leyes.
Un fenómeno político, porque quienes conducen las riendas del país son aquellas personas que son elegidas por el pueblo en un acto electoral, justamente para que representen sus derechos y velen por su seguridad.
Delincuencia como portento
Al margen de las epidemias o pandemias que corresponden al tratamiento de la salud colectiva, si existe algún problema que tiene suficiente capacidad de convocar y atraer sin mayores esfuerzos a todos los sectores del conglomerado social, es el aumento de la delincuencia y el crimen bajo distintas modalidades.
Hablamos de una actividad nociva y contraproducente que puede afectar a todos por igual y que no solo es objeto de temor y zozobra generalizada en la población, sino también, de forma particular, motivo constante y permanente de noticias álgidas, referencias escabrosas, narraciones tenebrosas, análisis controvertidos, comentarios y toda clase de información y opiniones.
Me refiero a espacios informativos particularmente impactantes, impresionantes y sobrecogedores, que convocan a millares de personas no solo con objetivos informativos y periodísticos, sino también con fines mercantiles y publicitarios, los mismos que muchas veces aparecen mimetizados en la misma noticia criminal.
Hablamos de espacios informativos intensos y penetrantes en la psique colectiva, en los que, dependiendo de la agudeza, sutileza, audacia y sagacidad de la noticia, resulta difícil diferenciar, para el ciudadano común, el aspecto meramente informativo del sugestivo y orientador.
Se trata de una herramienta formidable de sujeción masiva que puede ser orientada con fines políticos, selectivos y partidarios, tanto para fraccionar, confundir o conducir a la población, como para ejercer sobre ella fórmulas encubiertas y soterradas de sujeción y dominación.
Hablamos de capitalizar en el plano político el terror, la alarma, el desconcierto, el miedo y la zozobra descontrolada para orientar y emplazar decisiones que esconden no fines preventivos, sino, por el contrario, políticos o partidarios.
Candidato antisistema
Actuaciones como las señaladas, llevadas a cabo de forma sistemática, constante y metódica, suscitan un vacío que trastoca la correcta interpretación de la realidad, las mismas que pueden perseguir, al contrario de lo entendido, desestabilizar el acto electoral, confundir a la opinión pública y orientar el voto popular.
Hablamos de una forma de anomia subliminal o de incapacidad para proveer los componentes imprescindibles y necesarios en el plano político, para que efectivamente el propio acto electoral deje de corresponder a una decisión racional y razonada por parte del elector, ajena a todo tipo de temores, imprecisiones, aprensiones o desconfianzas, que son factores que subyacen en el miedo.
Un vacío generado por el temor y la incertidumbre que no solo se puede ver reflejado en el descrédito y el estigma de parte de quienes gobiernan y conducen las riendas del país, sino que termina exacerbando a la misma población que, con justa y aparente razón, reclama de forma airada a las autoridades una mayor capacidad y decisión para enfrentar el aumento desmedido y desproporcionado del delito, la violencia, la criminalidad y la inseguridad que afecta a la ciudadanía.
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Hablamos de crear las condiciones psicosociales adversas y contraproducentes en contra del mismo sistema democrático imperante, para que el descontento, el desasosiego y el descrédito se conviertan en los factores o herramientas que orienten a la población electoral hacia una finalidad.
De esta manera, surgen las condiciones necesarias para que aparezcan aquellas personas que proponen decisiones radicales como parte de la solución del problema.
Me refiero a aquellos candidatos que plantean opciones e iniciativas radicales, que se caracterizan por renegar y perjurar contra todo lo que pueda identificar al mismo sistema en un aparente juego democrático.
Caos y desconcierto
Se trata de desmerecer y cuestionar el sistema dominante, propiciando y fomentando el caos, el desconcierto, el desorden, la anarquía y la protesta, convirtiendo a la delincuencia y el crimen en la correa de transmisión ideal que convoca a grandes sectores de la población que protestan sobre el particular.
La delincuencia, el crimen y la violencia se convierten en un medio ideal que no solo muestra la ineficiencia o la incapacidad, sino que, a la vez, potencializa la ausencia y falta de capacidad para controlar y neutralizar el crimen.
Se busca desprestigiar y desmerecer a las instituciones que les corresponde aplicar la ley, achacándoles toda clase de culpas, ineficiencias y responsabilidad por todo lo malo y negativo que acontece, aunque no se reconozca nada de lo bueno.
La fórmula ideal será confrontar o cotejar a las autoridades o a las instituciones involucradas en el control de la criminalidad y la inseguridad ciudadana.
Trastocar el sistema penal
En el ámbito de la eficiencia o ineficiencia en la lucha contra el crimen, en el entendido de que se trata de un sistema de control que involucra a varias instituciones, aunque puede parecer o sonar como una paradoja, incongruencia o sin sentido, las constantes modificaciones a las normas penales vigentes pueden terminar convirtiéndose en un aparente búmeran que en la práctica revierte y trastoca al revés.
Hablamos de desestabilizar, en su interior, determinados marcos legales e instituciones que son estratégicas en la lucha contra el crimen, recurriendo a modificar distintas leyes, como si la lucha contra la gran criminalidad se limitara solo a modificar o derogar las leyes, o cambiando unas por otras, como si el crimen fuera un fenómeno jurídico.
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