El primer libro de José B. Adolph que tuve en manos fue “Diarios del sótano”, hace ya muchos años. Sorprendido por su habilidad para construir atmósferas oscuras y el uso de un lenguaje que potenciaba la intriga, comentaba su lectura con algunos amigos escritores y apasionados lectores. La discusión sobre cuál era el mejor cuento de ese conjunto era incabable, o casi.
Antonio Moretti
Una de las vías para alcanzar la verdad es el diálogo. Claro, me refiero a ese intercambio de ideas que implica respeto al adversario, curiosidad por la posición ajena, autocrítica y conciencia de la posibilidad del error propio. Esto lo hemos visto en la política (la buena), en la sociología, en la filosofía y, claro, también en el arte.
Al escritor Pedro Novoa lo conocí una noche de invierno. Mi buen amigo, el editor y escritor Harold Alva se había reunido con él. Nos encontramos en un café y empezó una conversación amena, en la que discutimos las lecturas de esos días y las publicaciones de los colegas.
Los dilemas humanos han sido el tema de las grandes historias, no solo por el efecto de reconocimiento que producen en el lector, sino porque su análisis, por parte de escritores y escritoras, podrían ayudar a enfrentarlos y a no sentirse tan solos.
Osvaldo Cattone falleció a los 88 años. Un tipo encantador, por decir lo menos. Argentino de cuna, estudió literatura en su tierra y actuación en Italia. En Argentina, crecía la importancia de su trabajo como actor, y justamente por esa proyección es que, en 1973, fue convocado para actuar en la telenovela peruana “Me llaman Gorrión”.
Una profunda pena debe causar en todos nosotros la cancelación del programa Presencia cultural que, durante décadas, fue transmitido por el canal del Estado. Seguro, cuando aún era un niño y jugaba con cochecitos y soldados, vi por primera vez ese programa.
El misterio, para varios escritores, consiste en identificar sobre qué escribir. Algunos eligen su propia vida como disparador de la historia; otros observan las calles y tratan de responder qué piensa o siente un peatón común, un compañero o compañera de clase o vecino, un hijo de la ciudad o del campo.
En 1887, en la ciudad de Yurimaguas, nació Miguelina Acosta Cárdenas. Obtuvo el grado de bachiller y un doctorado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Facultad de Jurisprudencia. En un país centralista, y en épocas en las que aún no se reconocía el derecho al voto a las mujeres, lo de Miguelina Acosta es ejemplar.
¿Cuán doloroso es ser considerado o considerarse feo? Más allá de los razonamientos lógicos que aseguran que no existe ni lo bello ni lo feo, sino que es una construcción social o cultural.
La admirable Carme Ollé publicó, en 2019, Amores líquidos (Peisa), publicación que reúne tres relatos que pueden ser considerados como un excelente ejemplo de la habilidad narrativa de la escritora peruana.
El 2020 ha sido un año terrible en tantos aspectos que nos faltaría papel para enumerarlos. Las cuarentenas produjeron que algunos negocios, que ya veían su situación económica bastante comprometida, simplemente quiebren, como el caso de una buena cantidad de librerías. Los empleados de las cadenas de cine han sido despedidos.
El teatro y la literatura, o el teatro es literatura, o el teatro antes que la literatura, como deseen; la verdad es que ambas pertenecen a la reflexión sobre cómo contar historias. Así, no sorprende encontrar novelistas que incursionan en el texto dramático con igual o mayor éxito. Pienso en Miller y su Muerte de un viajante, como un caso luminoso.
En 1968, George Romero estrenó La noche de los muertos vivientes. Una película a blanco y negro, lenta, que inicia con una pareja de hermanos que conduce hacia un cementerio, fuera de la ciudad. Llevan flores a la tumba de su madre. De pronto, aparece un hombre, camina como ebrio. Se violenta contra ella. El hermano, por defenderla, recibe un mal golpe y fallece. Ella se aterroriza. Grita.
Percy Encinas, escritor e intelectual vinculado al teatro, en su última columna ha propuesto el término “tecnomediado” para las puestas en escena que hemos apreciado en diversas plataformas durante la pandemia. La búsqueda del término preciso no solo sirve para clasificar un tipo de ficción, sino para entenderla.
Quiero pensar que ya todos sabemos que el París de Victor Hugo no es París en realidad, sino la ciudad que Victor Hugo conoció, su mirada y experiencia particular. De algún modo, quiero pensar, todos distinguimos el recuerdo de algo que existió de eso que existió. Así pasa con la Lima de Ribeyro, que no es Lima, ni se aproxima a la Lima de Bryce Echenique.
Confieso que disfruto mucho de leer el primer libro publicado por un joven autor o escritora. Todo inicio, por supuesto, puede ser espléndido, fresco, honesto, ingenuo o tantas otras cosas; pero para mí, más allá del logro o el intento, es la semilla del estilo, de su obsesión, sus primeros jabs o uppercuts, que encenderán mi interés por sus próximas publicaciones.
El miércoles último, David Carrillo realizó, en el marco del FAE Lima 2020, un ensayo abierto de La importancia de llamarse Ernesto, de Óscar Wilde. Una experiencia extraordinaria.
Hablar de la familia siempre despierta inquietud. En el plano del secreteo, por ejemplo, cuando llega un primo o una tía que no vemos en tiempo y que sin pudor, mientras se comparte una taza de té o unas galletas con mantequilla, narra con intrigas y giros de tuerca, las últimas noticias de parientes lejanos, malqueridos o insoportables.