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Raúl Mendoza

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“En un jardín te he soñado, / alto, Guiomar sobre el río, / jardín de un tiempo cerrado/ con verjas de hierro frío”, escribió Antonio Machado a Pilar de Valderrama, conocida como Guiomar, poeta de treinta y seis años que enamora y se enamora del vate de cincuenta y dos, viudo de Leonor Izquierdo, a la que llevaba veinte años.

Pobre quien en sumisa entrevista al presidente de la República trata de instigarlo a reacciones virulentas porque alguien le vaticina que puede terminar su mal gobierno colgado de una farola. Pequeño escribidor, fui yo quien lo dijo en esta columna recordando las lecciones de la muerte del miserable golpista Tomás Gutiérrez en julio de 1872.

Puede sonar a mito, pero los experimentos de Masaru Emoto demostraron que las moléculas del agua se transforman según la energía que les transmites. Somos casi todo agua, así que en un clima de malas vibras cotidianas fácil arrasan las enfermedades y las baterías te abandonan con el sol. El grado de toxicidad de unos o de las palabras que utilizan o utilizas te afecta más de lo previsible.

Decía San José María Escrivá de Balaguer: “Dios te llama a servirle desde las tareas civiles: en un laboratorio, en el quirófano, en el cuartel, en la cátedra, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar y en todo el inmenso panorama del trabajo”. Con las dificultades que puedan tener los trabajos, nada supera al vacío de carecer de uno.

Para vender debes haber sido objeto de tremendos líos, haber matado a alguien. Nombre primero, obra después, porque bien decía Lucho Hernández, “los laureles para los tallarines”. No te entusiasmes con el Copé.

Interesante artículo de Patricia del Río sobre leer: “Solo la lectura me ha sacado de hoyos profundos (…)”. También puede ser una cornisa. Mi aproximación a la biblioteca familiar me proveyó de todo, mi madre no se contentaba con mi goce sino con el ejercicio de “ver”. La lectura era un vicio que me agitaba, me subvertía o me agotaba. No leía por evasión, se trataba de conectar con el mundo.

Quien domina al público, domina la creencia. La mayoría en redes comparte el oligopolio de esa verdad que nunca ponemos en cuestión. Nadie pregunta, más fácil es asumir y en la escasez del pensamiento crítico anida la manipulación.

Después de leer “Cómo pensar como Sherlock Holmes” de María Konnikova, nadie puede ser Holmes sin concentrarse plenamente en la realidad inmediata. Sabemos que el héroe deductivo tenía manía por todos los detalles y en el detalle está el diablo y la respuesta. A Watson le interesaba la lógica intuitiva; ella ayuda, pero construye premisas inseguras.

Nicolás II, el último Romanov, aceró su autocracia cuando le decían la ablande. Las multitudes poblaban las plazas, eran masacradas. Cuando le dijeron que guerrear a Japón era el suicidio dinástico, hizo la guerra. Rasputín vio que ir a la Primera Guerra era un error para Rusia, igual lo hizo. La Corte no veía del jardín para atrás.

Un mito cuenta que Dios creó al hombre y a la mujer unidos en un solo ser que luego se partió en dos. Un hombre y una mujer extraviados en el Cosmos, desde entonces buscándose. La plenitud de esa naturaleza nuevamente reunida la llamamos “amor”. Algunos lectores me escriben desde la aflicción sobre su “incompletud”.

Si el género es lo que uno cree ser, ¿por qué nuestro pasado no puede ser lo que queremos? Dicen que el tiempo es una ilusión, que todo coexiste y la mente se encarga de ordenar las cosas. Dicen también que el pasado no existe, que solo ocupa tu mente como un habitáculo de hechos distorsionados.

Participaba de un taller y por minutos me ausenté. Al retornar, el expositor me preguntó en frío: “¿Cuál es tu meta?”. Obnubilado, respondí: “Vivir el momento y bien”. Probablemente no quedó contento, el taller trataba del éxito. Todos aguardaban un sinfín de metas y hasta la cumbre huachafosa que es mejor esconder.

Inquisiciones hubo en todas las épocas. Laicas y de fe. Aún las hay. El sambenito podía doler en la honra tanto como el azote, pero vayamos al caso de una mujer que pudo tener su estatua en los altares… quizás un día será. Ángela Carranza, la iluminada o la ilusa beata o la beata agustina, como la llamaba Ricardo Palma en los Anales de la Inquisición de Lima.

Pecaremos de ignorancia si no conocemos a la autora de estas letras, (mi hallazgo es en el muro de Ithalina G en FB). No son las letras de este columnista, pero dicen, y decir en poesía ya es bastante: “No, no prohíban enamorase de las mujeres rotas, de las que leen poesía y lloran, de las que se entregan por completo y aman endiabladamente. No pidan a la poesía que no se escriba de ellas”.

Con la experiencia, decía Kierkegaard, se pierde la inquietud y el impaciente deseo, pero se adquiere el suficiente dominio de uno mismo para gozar la hermosa actitud del instante. Quien lea “Diario de un seductor”, el intercambio epistolar entre Johannes y Cordelia, sabrá que el personaje corteja con pasión, pero se detiene frente al compromiso. Su único deseo es conquistar.

“El amor romántico tiene aspectos de sumisión”, lee en una revista que reporta la quema de una cruz en Ucrania por parte de una feminista radical de Femen. ¡Tanto odio! Cierra. Tiene los ojos fijos, inflamados como si salieran de sus cuencas. Piensa en las cuentas y en el corte intempestivo del jornal. Ha comprado una revista de Historia para su hijo.

Dice el doctor Elmer Huerta (EC) sobre el cerebro del corrupto: “Debido a que previos estudios habían demostrado que la disminución de la actividad de la amígdala cerebral hacía que las personas se acostumbren progresivamente a estímulos negativos y que un estudio demostró que los estudiantes que tomaban un medicamento inhibidor de la función de la amígdala cerebral eran más propensos a copiar

Sabemos del debate ideológico entre los Gálvez y Herrera en el siglo XIX. Tiempos en los que se debatían ideas, y las falacias eran un insulto a la razón. Desde allí hubo poco, Durand y el Partido Liberal, Pedro Beltrán desde La Prensa y el Ministerio de Hacienda (gestión exitosa por cierto).

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