Paraísos fiscales: cómo gobiernos y bancos protegen fortunas [ANÁLISIS]
Denuncian complicidad entre potencias económicas y territorios opacos para esconder billones de dólares.
La expresión doble moral o doble rasero se refiere a las personas –en el presente caso, determinados países– que predican de manera enfática un cierto código de conducta o comportamiento, pero que, a la vez, no lo ponen en práctica o lo contradicen. Una doble moral: una que guía sus acciones y decisiones, y otra que predican para el resto de la gente.
Me refiero a los paraísos financieros. Son una realidad que cada vez resulta más inherente a la corrupción local e internacional, cuando el dinero, los capitales o activos requieren ser escondidos, encubiertos y disimulados porque provienen o se encuentran vinculados con actividades personales o empresariales poco claras, nada transparentes y, en muchos casos, delictivas.
Hablamos de territorios, principados, condados, comarcas y naciones que aparentan democracia y transparencia a toda prueba, pero que, en la práctica, hacen lo contrario. Todo ello bajo distintas fórmulas legales –algunas abiertas y otras cerradas– con el objetivo de brindar servicios financieros de toda índole, no solo para esconder o albergar activos sucios de procedencia turbia y oscura, sino para hacer todo lo posible por mantener en secreto y con total confidencialidad las identidades de personas (empresarios y políticos) que requieren protección a través del secreto. Una serie de vericuetos legales para escudar a sujetos que han violado la ley.
Inmoralidad encubierta
Un doble discurso escabroso y aparentemente ejemplar, que proviene de los gobiernos que necesitan manejar estrategias para mantener su imagen ante la comunidad internacional. Incluyo aquí a empresarios y a algunos líderes políticos, poco escrupulosos, aunque solícitos a cualquier dádiva para su beneficio personal.
Una práctica política que ha generado fortunas, las cuales requieren no solo estar guardadas o escondidas en guaridas territoriales, sino, por sobre todo, protegidas frente a la eventualidad de que se conozca su proceder deshonesto.
Una hipócrita ausencia de transparencia que no solo contradice lo que se preconiza, sino también lo pactado en convenciones internacionales aprobadas por más de un centenar de países contra la delincuencia, la corrupción y el crimen organizado.
Montos escondidos
Hablamos de entre 21 y 32 billones de dólares escondidos en paraísos financieros, aunque es difícil tener una idea clara sobre la magnitud de estos fondos y su ubicación, debido al “secretismo” que impera sobre el particular. En materia de evasión tributaria, se estima que la comunidad de países pierde alrededor de 427,000 millones de dólares anuales.
Complicidad
Una de las formas más comunes de ocultar este patrimonio en los paraísos fiscales es mediante la creación de un vehículo o estamento legal. Una corporación o un fideicomiso que custodia patrimonio o activos sin revelar información sobre su identidad ni sobre los bienes que posee dicho estamento.
Hablamos de estructuras jurídicas que actúan como una barrera inexpugnable entre el propietario y su patrimonio, ocultando su identidad y ayudándole a disimularlo. Se trata de una amplia gama de instrumentos financieros disponibles para cualquier persona o empresa, respaldados por abogados, contadores, banqueros, agentes de fideicomiso y políticos.
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Algunas jurisdicciones con mayor secreto bancario optan por no recopilar información sobre las empresas establecidas bajo su amparo, para evitar que se les obligue a revelar datos sobre sus clientes. Otras obstaculizan activamente la cooperación y transparencia internacional al prohibir que los banqueros revelen información a las autoridades que investigan.
Doble rasero
Sucede que el sistema financiero, en términos globales, se superpone al sistema territorial sobre el que interactúan los países y gobiernos. Todos los bancos más importantes del mundo y sus negocios financieros, que cada vez adquieren mayor auge, mantienen estrechas relaciones operativas, direccionales y financieras con los paraísos fiscales.
Lo hacen a través de sus sucursales o representantes en esos territorios, estratégicamente ubicados y amparados por el derecho internacional. En realidad, se trata de un comportamiento en bloque y coordinado entre determinadas naciones y bancos, aunque diferenciados bajo distintos esquemas.
Hablamos de un doble rasero, tanto a nivel de la misma entidad financiera matriz como de las naciones que las amparan. Se hacen de la vista gorda: una imagen internacional de fachada intachable, asociada al buen gobierno y a la democracia; y, por otra parte, en la práctica, una estrecha relación con los paraísos financieros.
Una clamorosa contradicción entre lo que se proclama abiertamente y lo que sucede en esas pequeñas jurisdicciones que albergan billones de dólares a lo largo del planeta.
Secreto bancario
Siempre se ha pensado –e ingenuamente se sigue creyendo, como fórmula de manipulación y dominación frente a las masas– que los paraísos financieros que integran las afamadas listas internacionales mostradas a la comunidad global son las únicas jurisdicciones territoriales que deben ser motivo de atención, vigilancia y preocupación.
Una imagen falsa, integrada más por ilusorios credos y paradigmas que no son reales, y que esconden más mentiras y falsedades que verdaderas verdades.
Sin embargo, la preocupación debería ser otra: más grave y trascendente no es tanto la lista de países o jurisdicciones que integran el listado de paraísos financieros, sino la relación poco difundida, encubierta y poco conocida de aquellos gobiernos o naciones que abiertamente se niegan a levantar el secreto bancario, cuando media la solicitud de una nación –por lo general del tercer mundo– que poco o nada de importancia puede tener sobre el particular.
Hablamos de gobiernos líderes en la comunidad global que, si bien no integran las listas tan manchadas de los paraísos financieros, en la práctica se niegan a proporcionar información financiera cuando se trata de sus propios intereses.
Una doble moral, o una doble justicia internacional, en un mundo cada vez más globalizado, interdependiente y dominado por la fuerza de la riqueza y la explotación, que se valora y se mide con una óptica distinta y, por supuesto, con una vara que puede tener diferentes medidas, dependiendo de quién se trate y de la nación o los intereses que estén en juego.
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