Acutis y Frassati: alcanzaron la santidad
El anuncio del presidente francés Emmanuel Macron sobre la creación de una “fuerza de tranquilidad” para Ucrania —respaldada por 26 naciones europeas— supone un compromiso condicionado al cese al fuego. Este acercamiento militar europeo, planteado como posguerra, ya incomoda a Rusia, que no lo lee como algo neutral. Así, Europa tienta a un gigante herido que cuenta con una alianza estratégica con China.
En medio de esta tensión, la fe ofrece un respiro. La Iglesia santifica hoy a dos muchachos que desde épocas distintas iluminaron con la misma claridad: Carlo Acutis (1991–2006) y Pier Giorgio Frassati (1901–1925). Sus vidas, aunque breves, fueron faros de esperanza y mensajes vivos sobre cómo acercar a Dios a sociedades sumidas en crisis de valores.
Carlo Acutis, un jovencito milanés apasionado por la informática, comprendió que internet no era un espacio de ocio, sino que podía convertirse en un púlpito digital. Diseñó una exposición dedicada a los milagros eucarísticos y no entendía por qué “los estadios estaban repletos y los templos vacíos”. Era sencillo, disciplinado, alegre, deportista, amante de los animales y de la naturaleza, y profundamente espiritual. Asís era su lugar preferido del mundo. Su trabajo en internet lo convirtió en el “influencer de Dios”, como le llaman hoy. Murió de una leucemia fulminante a los 15 años.
Pier Giorgio Frassati vivió cuando la prensa escrita era el gran medio de masas. Hijo del propietario del influyente diario La Stampa, nunca lo usó para figurar. Prefería las montañas, la amistad y el servicio a los pobres. Repetía con convicción: “La caridad no basta: hay que compartir las cargas de los demás”. Su entrega fue tal que terminó contagiado de poliomielitis fulminante, muriendo a los 24 años.
Ambos, sin proponérselo, eran cercanos a los medios —sea un periódico o internet— y parecen decirnos que no son neutros, sino herramientas que pueden iluminar o ensombrecer, elevar o destruir.
San Juan Pablo II definió a Frassati como “el hombre de las Bienaventuranzas” y lo propuso como modelo para la juventud que buscaba autenticidad en un siglo convulso. Bergoglio, al hablar de Carlo, lo describió como “un joven normal, creativo, que supo poner la tecnología al servicio de Cristo”. Luciana, la hermana de Pier Giorgio, testificó que este “no predicaba con discursos, sino con actos de bondad que desarmaban a los más duros”.
Las canonizaciones de hoy no son un mero acto litúrgico. Es un recordatorio urgente para una Europa que pierde la fe mientras crecen las sombras de la guerra y la perversa ideología de género. Carlo usó una computadora para difundir la Palabra y tocó miles de vidas; Pier Giorgio sirvió a los olvidados. Su primer milagro fue convertir a su propio padre cuando vio la multitud de desposeídos que acompañaron su sepelio.
Hoy, cuando las armas amenazan más, dos jóvenes santos levantan la voz desde la eternidad y nos dicen: “No yo, sino Dios” (Carlo) y “Verso l’alto” —¡hacia lo alto!— (Pier Giorgio). Sus vidas demuestran que la paz comienza cuando se ama al otro como a uno mismo.
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