Adiós 2021
Estamos finalizando el año 21 del siglo 21; nuestro país y el mundo entero no logra erradicar la covid-19, siguen apareciendo nuevas variantes del fatal virus, cada vez más contagiosas, pero que -si sirve de consuelo- no son tan agresivas o mortales como las primeras; los entendidos dicen que esto representa el inicio del fin de la pandemia y el paso a una endemia.
Junto a este embate pandémico, tenemos algo que nos debe preocupar a todos: la pobreza; nuestra era se caracteriza por el gran avance científico y tecnológico; hemos sido capaces, como humanidad, de lograr superar grandes problemas por medio de las nuevas tecnologías; sin embargo, no hemos sido capaces de erradicar el hambre y la pobreza.
Es viable la aplicación de la tecnología para reducir la pobreza, así como los grandes problemas que nos acompañaron durante el siglo pasado, tenemos información de las tasas de natalidad y mortalidad debidamente documentadas, así como las formas como hemos ido mejorando.
Algunas soluciones son sencillas y no requieren tanto estudio, por ejemplo: en vez de administrar antibióticos, dotemos de agua limpia a quienes no la tienen; de nada sirve consagrar el derecho al agua potable como un derecho fundamental si no se hace nada por proveerlo.
Otras soluciones son mucho más complejas, entre ellas: la nanotecnología, la ingeniería genética y otras tecnologías digitales; pero, debemos ser capaces de controlar el abuso de estas nuevas tecnologías.
Hace muchísimo tiempo nos encargamos de frenar el abuso de un individuo contra otro y surgió el Decálogo de Moisés, donde uno de los mandamientos indica: no matarás; nos fuimos organizando en ciudades y dentro de ellas ya se tenía a mucha gente, para evitar la tiranía de los más poderosos se nos ocurrió el estatuto de la libertad individual; poco a poco fuimos progresando y nos constituimos en estado-nación, donde se procuraba la no agresión mutua, aún así hemos tenido y aún tenemos conflictos, los cuales han propiciado sendos tratados internacionales para mantener la paz.
Hoy en día, estamos frente a una nueva situación, por demás asimétrica, donde la tecnología rebasa las fronteras de los estados; ahora ya no son los estados sino los individuos quienes tienen acceso a la destrucción masiva, gracias a las tecnologías digitales; de hecho, hay quienes consideran que el coronavirus fue creado para reducir la población mundial y para poder comercializar los antídotos; esto es una posibilidad indiscutible que con el tiempo se afirmará o negará.
Como civilización debemos ser capaces de controlar el poder, como personas contamos con derechos individuales consagrados en nuestras legislaciones y protegidos por la sociedad; es indispensable limitar el acceso -real o potencial- a las nuevas tecnologías que puedan causar daño tanto a una persona como a la humanidad en general; por otro lado, no se puede renunciar al estado de derecho para combatir este tipo de amenazas, es como tratar de apagar el fuego con gasolina.
La educación, indudablemente, constituye el principal factor de desarrollo, detengámonos a revisar qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué falta por hacer; el problema ambiental es algo que debe llamar nuestra atención, la población urbana sigue incrementándose de forma desmedida, con ella las necesidades de energía, agua, transporte, etc., éstas ya deben ser atendidas de manera ecológica o sostenible; la salud, por otro lado, es algo que debe preocuparnos y ocuparnos, van a surgir nuevos virus, nuevas enfermedades, nuevas pandemias, debemos estar preparados, con el uso de las nuevas tecnologías somos capaces de lidiar con estas nuevas amenazas.
Que este final del año de nuestro bicentenario nos sirva para reflexionar y pensar en el futuro; somos conscientes que no podemos elegirlo, pero sí podemos dirigirlo, prefiriendo las cosas que queremos que sucedan y descartando aquellas que no; tenemos que combatir cualquier tipo de abuso, anteponiendo siempre nuestros derechos y nuestras libertades fundamentales; recordemos que en un Estado de derecho existen límites en el ejercicio del poder, el cual nunca puede ser desenfrenado.
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