Antidemócratas en el poder
La narrativa de la izquierda que nadie eligió y ha copado todos los estamentos del Estado es que cualquier oposición es antidemocrática. La costra roja y ociosa, vividora de fondos internacionales, aupó en la segunda vuelta a Pedro Pablo Kuczynski a sabiendas de sus debilidades y presuntas corruptelas para trabar la llegada al poder del fujimorismo renovado y representado por Fuerza Popular.
Difamaron a la hoy presa política Keiko Fujimori, la tildaron de ser mala hija y por tanto mala madre (vulgar cortesía de la viperina lengua de Meche Aráoz); inventaron que encarnaba el narco-Estado (¿?); montaron un costoso psicosocial asegurando que era investigada por la DEA, cosa que el Departamento de Estado de los Estados Unidos desmintió a las pocas horas de soltarse la mentira; pero el daño ya estaba hecho.
“La glorificación del engaño regresa como vieja forma de dominio, imponiendo la lógica tribal como sustituto de la legítima competición partidista”, ha escrito Máriam Martínez-Bascuñán en el diario El País de España. La autora señala, además, que “al definir al adversario como enemigo de la democracia conviertes a sus votantes en cómplices de una aberración, y no en ciudadanos con legítimas opiniones políticas”. Así, pues, cada insulto contra los opositores del de turno le cae a más de la mitad de peruanos que no votaron por Kuczynski y menos por su segundo en la plancha, Vizcarra, hoy presidente.
Nos gobiernan antidemócratas que han llevado a la lideresa de Fuerza Popular a sufrir prisión “preventiva”, sin mediar acusación mientras se investiga si tuvo vínculos con la mafiosa Odebrecht. El expresidente Kuczynski padece esta perversa justicia previa bajo la forma de prisión “preliminar” y ahora la Fiscalía saca de bajo la manga un pedido de “preventiva”, esto por haber favorecido, supuestamente, a Odebrecht con una serie de normas durante el gobierno de Alejandro Toledo.
La Fiscalía es otro de los espacios infiltrados por los antidemócratas de las oenegés sostenidas con fondos internacionales para promocionar una agenda ajena a los intereses y necesidades reales de la nación peruana. La laya roja no representa a nadie, no ha pasado por las urnas, pero su discurso de odio está en todas partes, incluido el oficialista, para no mencionar medios y redes sociales.
Le conviene al Vizcarra callar en vez de incordiar con sus mensajes. Las palabras deberían servirle para unir a los peruanos y empezar a construir, desde las diferencias y el disenso, la patria grande que todos soñamos; sin los rojos, claro, que necesitan dividir para prevalecer.
¡Abra los ojos, ingeniero Vizcarra!