AQP

Visito una ciudad para reconstruir sus mapas. Retorno ahora de Arequipa como quien ensaya un trazo sobre la panamericana. Pienso en los tres días recorriendo sus portales, asombrándome con sus edificaciones de piedra, reinterpretando la lluvia mientras me preguntaba sobre la magia del Misti y su habilidad para desaparecer que me entregó la más profunda ausencia en Yanahuara. La Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa y la generosa convocatoria de Gloria Mendoza Borda al inmerecido acto por mi presencia. Gracias, Poeta por el valor que a todas luces le ofreces a mi obra, a mi actividad como promotor, como tu amigo. Gracias, Luz Vilca, por la gestión en Cerro Colorado, a Hélard Fuertes y a todos los escritores que hicieron de la noche del jueves 7 de febrero una delicada frente para recibir la lluvia. Yo que crecí admirando el coraje de Mariano Melgar en la profundidad de sus yaravíes y en su patriótico sacrificio, necesitaba conocer Arequipa; necesitaba respirar el aire que fortaleció a Hidalgo, a Gustavo Valcárcel, el poeta de “Confín del tiempo y de la rosa”: el “viejo Gús” a quien tanto amó Violeta, necesitaba sentir sus bajas temperaturas para reincorporarme con un sorbo de pisco “Toro muerto” y caminar por Hunter, Bustamante y Rivero, por la majestuosidad de Cayma. Tener 40 años sin un testimonio de Arequipa habría sido un eterno motivo de reproche. Gracias Wilber Córdova por el libro, María Antonieta Tejada por el pasaporte arequipeño, Fidel Almirón por la transmisión en vivo y a Sthepanie Fiorella por las notas de prensa, gracias Eros Medina por heredar el vigor y la poesía, estoy seguro que mi buen amigo Luzgardo está orgulloso, atento al brote de tus pasos. Retorno de Arequipa con la hospitalidad del gesto de José Luis Soto y las acertadas diligencias de Víctor Martínez y Exon Flores Suaquita. “Apunta todo”, aconsejó la voz y en mi libreta se atrincheró Arequipa, las torres de su catedral como un salvaje bosque de palabras.