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Atrapados

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Fecha Publicación: 14/11/2020 - 19:40
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Imagine al escritor frente a su computadora con los dedos sobre el teclado derrotando a la página en blanco. Imagínelo, de nuevo, al día siguiente, con los ojos afilados podando lo escrito como quien hace un ejercicio de reconocimiento o “como quien regresa al lugar del crimen”, César Calvo dixit. Proyecte ese ejercicio durante un mes y luego vea al escritor enviando su libro al editor con la incertidumbre o la certeza de tenerlo pronto entre sus manos como un objeto físico a quien acariciará innumerables veces y con quien irá a enfrentar el mar para leerse en voz alta. Ahora imagine al editor descargando el documento, observe su perfil, reconozca el asombro y su estremecimiento, mire cómo han pasado más de treinta minutos y continúa capturado por aquellos textos que lo trasportan al momento cuando el escritor estaba frente a su computadora con los dedos en el teclado derrotando a la página en blanco. Exacto: lo estamos viendo cómo marca el teléfono del escritor a quien lo felicita y agradece por la confianza de compartirle su trabajo. Lo que sigue es el cuidado de cada texto, elegir el concepto y luego coordinar con el equipo gráfico para tener pronto una prueba de galera.

El escritor confía en lo que le toca al editor y vuelve a su máquina con la seguridad de que aquellos bosques seguirán creciendo, pero duda, les tiene miedo. Sabe que arriba un cóndor puede destrozarle los ojos y abajo una serpiente lo espera impaciente para entregarle su veneno, olvida de pronto las palomas y en su cabeza una tela de araña lo amenaza. Entonces piensa en un río, en la caída del agua: se detiene sobre el brillo de una piedra y se pregunta si acaso con ese brillo puede defenderse de aquel cóndor que lo espanta cuando piensa en la altura de los árboles o si tal vez con la corriente dejen de perseguirlo las serpientes. Imagine ahora al editor saliendo presuroso hacia el taller a recoger los ejemplares de aquel libro cuyos textos lo trasportaron al momento cuando el escritor está frente a su computadora luchando en aquel bosque donde la escritura lo envuelve como una enorme tela de araña de quien pretende escapar como este columnista atrapado por su pantalla.