Bicentenario
Desde muy joven fui un apasionado de la política: en el aula del colegio mi preocupación era porque en la biblioteca haya libros, porque tengamos una banda de música, porque ningún compañero se quede a fin de año sin un regalo de navidad.
Así me hice delegado del salón, brigadier en los desfiles o representante de mi promoción; lo mismo sucedió en la universidad cuando organizaba plantones para que no suban las pensiones o coordinaba con otras facultades para desfilar contra la corrupción. Tuve un padre policía de quien heredé su disciplina y una madre ex religiosa de cuyo conservadurismo me declaro discípulo.
De allí que cuando descubrí la poesía, fue como lidiar con ese otro que determinaba sus días con la cuadratura de un orate, de un joven que apuntaba todo para que no se le olvide nada.
Con la poesía aprendí a guiarme con el instinto, como si acaso los años en la montaña, donde fui el más silencioso de los adolescentes, habría concebido a un animal que permaneció dormido hasta la noche cuando se encontró cara a cara con el poema.
Entonces desaprendí algunos hábitos y construí una isla donde yo mismo fui la arena, los árboles, las fieras y el mar que la rodeaba. Me volví una máquina de escribir, no me importaba si lo que publicaba era bueno o malo, yo escribía porque necesitaba decir lo que en la montaña había callado, pero de nuevo la calle y sus disturbios, los delincuentes de saco y corbata, de nuevo la impunidad, el corso de candidaturas execrables, las propuestas populistas, el doble discurso, y creí que mi deber era pelear desde la política para lograr un bicentenario que rompa al fin con esos lastres; y postulé a una alcaldía, al congreso, con la ilusión del “cambio”.
No fue así. El destino ha querido que llegue al Bicentenario convocado por la Cámara Peruana del Libro, siendo parte de la organización de su feria más importante: la primera con invitados presenciales de ocho países, la primera con 100 expositores durante la pandemia, la primera con dos auditorios y más de 140 actividades; y pienso si acaso esta no es la mejor oportunidad para conmemorar el nacimiento de nuestra república, recuperándola, luchando por concluirla, aportando por la reconstrucción de su memoria. La vida nos da señales, el bicentenario también.
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