Cambios veloces
El siglo XXI es un siglo de grandes cambios, al menos en este primer cuarto de siglo que ya vamos transitando; cambia la sociedad, cambian las reglas y cambia todo.
A veces, tenemos la impresión de que las cosas se han invertido y todo es nuevo; es probable que no nos hayamos percatado por el día a día, pero es real y está sucediendo; el mundo, como lo conocíamos, ya no está; por ejemplo: antes íbamos a una librería en la búsqueda de un libro y nada garantizaba que lo encontremos; ahora, uno digita en un buscador de internet el tema que despierta su interés y recibe una abrumadora cantidad de información, en múltiples formatos; la obsolescencia -material e inmaterial- es algo que castiga sin piedad, a veces sin darnos chance de realizar los cambios necesarios.
Las corporaciones, en los últimos tiempos, deben actualizar rápidamente su visión y su misión, para poder estar a tono con los cambios vertiginosos; los ejecutivos tienen que actualizarse y reactualizarse cada vez más, lo mismo sucede con el planeamiento, los proyectos y los presupuestos.
El pensamiento, en general, se debe enfrentar a los grandes desafíos de estos nuevos tiempos y de los que están por venir; ya no resulta útil pensar en pequeño, tenemos que pensar en grande; el trabajo cada vez es más multifuncional, las jerarquías cada vez son más relativas; el mundo, en definitiva, se ha acelerado y el ciberespacio exige que todo se mueva a la velocidad de la luz; lo que es presente, en cuestión de instantes, será pasado. Debemos preguntarnos si el Estado y el gobierno vienen cambiando al mismo ritmo que el resto del mundo conocido.
La población de nuestro país sigue creciendo, llegando casi a duplicar la de hace 40 años; dos tercios de la población vivimos en la costa, de ellos, uno en la ciudad capital; los que hemos migrado del campo a la ciudad y del interior del país a la metrópoli, lo hemos hecho porque buscábamos un cambio; ahora, casi toda la población está conectada, la brecha digital es cada vez menor; un infante de hoy maneja mucha más información que un anciano de hace un siglo; mantenemos contacto con personas que no conocemos y que quizá nunca conoceremos (personalmente); los tamaños y las escalas han llegado a su máxima expresión, ahora son globales, tenemos al mundo entero a nuestro alcance; pero este nuevo mundo está lleno de turbulencias, lleno de constantes cambios, sin reglas que se adapten a las nuevas situaciones.
El desafío, ahora, es grande y nuevo, requiere de la tecnología de punta, velocidad superlumínica, escala e interacción globales; tenemos que elegir entre dejarnos arrastrar por la turbulencia o aprender a interactuar con ella y procurar dominarla.
El aprendizaje de ahora dista mucho del aprendizaje que solíamos utilizar; antes podíamos tomarnos el tiempo necesario para observar, entender y poner en práctica; ahora, ello ya no es posible, sobre todo en el mundo corporativo, en las instituciones públicas o en el mercado en general; muchas veces tenemos que esperar que algo falle para poder darnos cuenta de que algo no anda bien.
El ritmo del cambio ha superado el ritmo del aprendizaje; se ha transformado por completo lo que implica tener que hacer y los errores que -naturalmente- cometemos; estamos tratando de solucionar problemas del pasado reciente sin pensar en lo que vendrá en el futuro; no tenemos certeza de que lo que hacemos ahora es realmente lo correcto.
El nuevo mundo trae consigo un nuevo poder, tenemos que aprender a hacer que el cambio suceda y no esperar que nos cambien; tomemos decisiones sensatas y racionales, quizá con menos tiempo para analizar; busquemos y encontremos el verdadero sentido de las cosas.
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