Cantar entre escritores
Soy el único de mis amigos que no toca guitarra. Pedro Pablo Angulo, autor de “Cuentos Vitales” y “Los peces en la arena”, como buen iqueño es tan criollo como Pablo Canela, en su juventud fue miembro de Contigo Perú, el famoso grupo que dirigió Augusto Polo Campos; Yoshiro Chávez, nacido en La Convención, Cuzco, vivió su adolescencia en Arequipa y su juventud en Lima, trovador al modo de Pablo Milanés y Fernando Ubiergo, y Dimas Arrieta, de la localidad de El Faique Huancabamba, consumado compositor, autor de “Cerca del cielo” y “Momento de partir”, interpretado por el famoso Palo Santo y, antes, letrista de Los Belkings de Piura; siempre que nos reunimos confieso que siento aquella sana envidia de los negados a la guitarra, eso a pesar de que en la adolescencia mi padre me obsequió una que jamás pude dominar, aún teniendo entre mis profesores a Santiago Medina, un joven poeta que interpretaba a Silvio Rodríguez cuando el sol caía sobre la única calle de Cañaveral.
Escribo esto, media hora después de retornar a la oficina, luego del privilegio de una reunión con Yoshiro y Pedro Pablo, en la que ambos hablaron a través de sus guitarras, ambos compartieron canciones de su autoría, temas inéditos para ese público que acaso no imagina que más allá del procesalista vive un bohemio en el mejor sentido del término, un poeta, un narrador, un hombre con profunda convicción social; inéditas para una audiencia que acaso ignora que más allá del ingeniero mecánico vibra la música del desierto, las dunas donde el aire compone sus partituras al sol, la memoria del agua que le dictó a Valdelomar sus mejores historias mientras contemplaba la soledad de los huarangos; La Convención y Mala, Cuzco e Ica, el centro y la costa en dos guitarras, crepitando en las manos de mis dos amigos a quienes seguro jamás lograré alcanzar el compás, su ritmo, pero que cuando los aplaudo siento en las venas un viejo cajón que suena, el eco de lo que no conozco como una antigua partitura con la que tarareo a Favio, a Galván o a Sesto. La poesía, a veces, es una guitarra. Mi corazón también.