Capote o la sombra del halcón decapitado
“Imaginen una mañana a fines de noviembre. Una mañana al comienzo del invierno, hace más de veinte años. Piensen en la cocina de un viejo caserón de pueblo. Su característica principal es una estufa negra enorme; pero tiene también una mesa redonda muy grande y una chimenea con un par de mecedoras, frente a ella”. De entrada, nos advierte que la suya no es la prosa de un narrador convencional. La precisión por el detalle, por hacer partícipe al lector, de involucrarlo, nos da la sensación que estamos frente a la acusación de un fiscal que hará todo lo posible para lograr una condena. El texto inicial es un fragmento de “Un recuerdo navideño”, relato en el que nos deja claro por qué fue considerado hijo de Edgar Allan Poe. Desde su juventud, abordó con maestría el más complejo de los géneros. De allí su salto a la novela, cuando apenas frisaba los 23 años: “Otras voces, otros ámbitos”, es su primera carta de afirmación. Sorprende, sin embargo, los recursos, la complejidad de su trama. “Como artista, Truman Capote concebía la verdad como una metáfora tras la que ocultarse, la mejor forma de mostrarse ante un mundo no precisamente cordial con un ´marica´ nacido en el Sur”, escribe Hilton Als, en el prólogo a “Relatos tempranos”, el volumen publicado por Anagrama, el 2016. Por eso acaso su recurrencia a la frivolidad de una vida sitiada por los flashes y el escándalo, azuzada por la tremenda imaginación de un hombre que golpeó con saña su teclado para entregarnos el implacable legado de una obra que continúa mordiéndonos. “A sangre fría”, la más popular de sus novelas, es un hermoso expediente con el que interpela nuestra capacidad para surcar en lo grotesco, es la más cruda bofetada de un realismo estremecedor que lo capturó cinco años en una investigación que nos enseña que la majestuosidad de un texto requiere mucho más que dominio de recursos. El confidente de Marilyn Monroe, el vecino de Harper Lee, el padre del nuevo periodismo, junto a Mailer y Wolfe, tuvo en la oscuridad su más luminoso punto de apoyo. Y eso es poesía, figura literaria, símil, como en estos fragmentos de “El halcón decapitado”: “Los autobuses que atravesaban la ciudad parecían peces de vientre verde, los rostros de los pasajeros se asomaban, meciéndose como máscaras sobre una ola”, estamos frente a un poeta urbano que no sabe cómo volver de su drama interno; entonces se deconstruye, se sujeta del horror. El autor de “Desayuno en Tiffany’s”, tuvo en Nueva York el más sofisticado de sus bares, Capote hizo de la ciudad de los rascacielos el club donde refugió su corazón y de Bel-Air su tumba. “Entonces, como si el cielo fuera un espejo roto por un rayo, la lluvia cayó entre ellos como una cortina de cristales astillados.” Prosigue. Aquellos cristales o cisnes de quienes se mofó en “La Côte Basque, 1965”, texto publicado en la revista Esquire, que le valió el despecho y persecución de la élite norteamericana. Así, el más provocador de sus contemporáneos, hizo gala de aquel brillo, solo “como una luciérnaga en la noche”, finalmente, la vida, “es el hálito de un búfalo en invierno, la breve sombra que atraviesa la hierba y se pierde en el ocaso”. Así se perdió el halcón, pero no su sombra.
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