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Carta a ustedes 13

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Fecha Publicación: 29/08/2020 - 20:40
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Perdónennos. Como sociedad, les hemos fallado no cuando aún vivían, sino que hemos bailado circularmente, embriagados de odios viscerales y de ninguna empatía, alrededor de sus tumbas. Perdónennos porque si la irresponsabilidad adolescente -lo que es casi redundante- se sanciona con muerte, Dios ha sido demasiado generoso con todos los demás. También con quienes desde un elevado atril de privilegios los han juzgado sumariamente, los han vuelto a matar -incapaces de mostrar un asomo de solidaridad-. Hay quienes se han atrevido incluso a decir que está bien que ustedes estén muertos, por no acatar una ley sin sentido, en un país que está tan entumecido con la muerte y el dolor que es ya incapaz de sentir. Perdónennos porque no hemos entendido que ustedes -jóvenes rebeldes explotando de vida- no murieron escapando de un operativo policial. Murieron escapando de sus vidas duras. De sus vidas sin suerte. Sin privilegio. Sin trabajo. Sin universidad que puedan pagar. Ustedes murieron celebrando la vida en medio de tanta muerte adormeciendo a sus conciencias y bailando frenéticamente para olvidar que el futuro que les robaron se ponía cada vez más recio. También que nos perdonen sus 13 familias, mutiladas cuando no debió ser, a las que desde todas las tribunas se les ha juzgado, como si perder a lo que más puede amar uno en la vida no fuese ya castigo suficiente.

No debieron ir a esa fiesta. Fue irresponsable. Sabían que se exponían a un riesgo y que exponían a los demás también. Se merecían pagar una multa y recibir un castigo. Pero no morir. No dejar en el aire 13 sueños que ya no se sueñan, 13 amores que ya no se celebran, 13 carcajadas que ya no suenan. 13 miradas que han podido ser de cualquiera que cuando a su edad se equivocó. Como ustedes, que se equivocaron y no solo han muerto sino que han sido lapidados por primeras piedras. Piedras lanzadas incandescentes desde manos escondidas de una tribu que ha dejado caer sobre ustedes todas sus frustraciones. Y que jamás imaginarían lo que es pasar una cuarentena cuando no hay agua en donde uno vive, y en donde en un cuarto viven 7 u 8 personas. Desde todos los teclados los han hecho responsables de su propia muerte para después de segregar odio han prendido una buena serie en Netflix y pedido Rappi para no cocinar. Buena parte de la prensa se apuró en saber cuántos de ustedes estaban contagiados y en anotar cuántos tenían antecedentes penales -como si importase eso-. Hace unos meses en Estados Unidos un policía mató al afroamericano George Floyd y aquí en el Perú muchos de los propietarios del monopolio del corazón estaban ya listos para marchar hasta Minneapolis contra el abuso policial, porque #BlackLivesMatter, pero a la vida de ustedes parece no haber importado tanto. Quizás porque no son blancos, muy probablemente porque la fiesta no fue en San Isidro. Hasta se han difundido imágenes de sus amigos tomando y bailando en sus entierros desde una prensa iletrada que trata de interpretar a un país que no conoce. Que no descifra que aquí en donde murieron se toma y se baila cuando llega la muerte porque los que se quedan brindan por la entradas de sus espíritus al Uccu Pacha. Y no lo entienden porque esta tierra de todas las sangres ha renunciado -perdónennos- a tratar de pensarse a sí misma. A entenderse, a quererse, a rastrear de dónde venimos y cómo es nuestra alma.

Ya hoy, después de que los condenaron -desde el Capitán de la Policía que dirigió el operativo hasta el presidente de la República- sabemos que esa puerta en la que murieron nunca estuvo abierta, como dijeron. Que no fueron ustedes los que ocasionaron el tumulto, sino el propio operativo. Y que la puerta no fue asaltada por ustedes, sino que estaba -más bien- custodiada por un agente policial.

Qué mezquindad tan grande sería la de culpar a la Policía, que ha dejado a centenares de sus mejores hombres y mujeres también muertos por protegernos a los demás de esta pandemia. Nunca he admirado tanto a los servidores públicos -médicos, enfermeras, policías y militares- que han puesto el pecho que eleva sus uniformes a la altura que la patria reclama. Pero aquí no van a quedar las cosas, eso sépanlo. Aquí los dueños del local tendrán que enfrentar a la justicia, como también aquellas autoridades de la policía que mintieron luego de llevar a cabo un mamarracho asesino de operativo. Y malditos sean todos los que usaron a esa noche para montar una operación propagandística que le dé al gobierno inútil más combustible para seguir culpando a los peruanos de la peor gestión de esta pandemia en todo el planeta. Malditos sean porque ese operativo tenía que salvar vidas, no acabarlas. La verdad saldrá a la luz. Y los verdaderos responsables de que ustedes sean hoy solo un epitafio pagarán.
Qué manera atroz la que les tocó para partir, potros rebeldes: espíritus irresponsables, hormonales, contestatarios.

La sociedad no ha llorado su muerte como lo merecían porque se nos ha endurecido el corazón y esa irresponsabilidad que tanto les achacan es una que todos alguna vez han pisado. Pero que jamás admitiremos, porque eso implica que podríamos haber sido nosotros. Y eso nos obligaría a entender que con ustedes 13 se ha muerto, en realidad, ese pedacito de juventud imprudente que alguna vez nos habitó, antes de volvernos completamente adultos, y tan rápidos para juzgar. Que en la eternidad puedan perdonar a este país que hoy muestra su peor cara, la menos amable. Una que sinceramente hace pensar si es que vale la pena traer vida a este Perú, tan envilecido, tan enmierdado, tan racista y clasista que ha hecho su muerte invisible, mientras los defensores de la moral y las buenas costumbres ganaron su batalla más importante en este año cambiando el nombre de una marca de gelatina, pero perdieron toda autoridad moral con su silencio cómplice o su opinión frígida. Cobardes. Que Dios abrace a esas 13 familias y ustedes espérennos del otro lado, no tenían que adelantarse.