Charlie Kirk: el asesinato del disenso
Charlie Kirk (31), activista conservador y fundador de Turning Point USA, fue asesinado en la Universidad del Valle de Utah. Un disparo lo alcanzó frente a más de tres mil personas.
Lo más espeluznante vino después. No fue el disparo sino la risa. Memes, burlas, celebraciones en las redes. Algunos dijeron que el universo se “purificó”, que ganó el bien, que cayó un símbolo de odio. ¿Odio en un hombre joven que debatía con estudiantes, defendía la vida y hablaba de Cristo? Así de vacíos de alma andan muchos.
Trataron de burlarse porque Charlie Kirk era eficaz, ganaba debates, convencía a muchos y porque los extremistas de izquierda no podían refutarlo. Dios actúa de maneras extrañas: el asesinato y posterior celebración de su muerte ha mostrado al mundo la verdadera cara de una juventud habitada por el mal, podrida y adoctrinada en las universidades, copadas por profesores comunistas. Es la muestra de la cantidad de psicópatas que pululan en las redes. Es la izquierda mostrando su odio y, cuando este se impone a la razón, la democracia pierde espacio. El problema ya no es la bala sino la carcajada, ese síntoma de que se está demasiado cerca del abismo. Hay una línea que divide el debate de las ideas de quienes eliminan al que piensa distinto. Esa línea fue cruzada por un radicalizado de 22 años detenido ayer: Tyler Robinson, delatado por su propia familia.
Charlie Kirk representaba todo lo que una parte radicalizada de la izquierda desprecia: joven, cristiano, defensor del libre mercado y de la familia. No imponía sus ideas, las exponía. Su formato, Prove Me Wrong (Muéstrame que me equivoco), era un diálogo basado en el disenso. Pero para muchos zurdos, que no piensen como ellos es de por sí una mentada de madre.
Este asesinato revela una tendencia peligrosa: la izquierda ha redefinido el debate político como espacio de violencia. Ya no se trata de intercambiar ideas, sino de responder con balas. Cualquier afirmación contraria a su dogma —sobre género, raza, religión o economía, protección de la familia y de la vida desde la concepción— es clasificada como discurso de odio. Y, una vez que algo se etiqueta como “odio”, hay represalia. Para esos, Charlie Kirk no era un interlocutor sino una amenaza ideológica, un enemigo que movilizaba hacia la razón.
El pensador argentino Agustín Laje, por estos días en Lima, coloca este acto brutal dentro de la llamada “batalla cultural”. Denuncia que muchos campus universitarios se han transformado en entornos donde ser conservador equivale a ser criminal. Señala, además, cómo ciertos medios —como MSNBC— insinuaron que el discurso de Kirk podría haber provocado su propio asesinato, o incluso que el disparo pudo haber sido accidental. Es decir: relativización, confusión, encubrimiento. Lo que está en juego son la libertad y la verdad misma.
El asesinato de Charlie lo es también del diálogo, del disenso, es la imposición del pensamiento único, es usar el terror para silenciar, y si se permite eso, lo próximo que se perderá no es otra vida ni un debate sino la paz social y la democracia.
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