Confianza en las vacunas

Nuestra sociedad siempre está llena de rumores, provenientes de las redes sociales o de la prensa sensacionalista; algunos de estos chismes hacen que el mercado de valores se derrumbe o se dispare; pero existe un rumor que es mucho más perjudicial: el que afecta a la salud. En plena pandemia del coronavirus venimos escuchando y leyendo recetas o recomendaciones descabelladas: tomar aguardiente de caña, comer jengibre, tragar ajo; los rumores, sin embargo, no son tomados como acciones o hechos incorrectos, solo atinamos a decir: “son rumores”. Al tratarse de nuestra salud, estas habladurías no deben ser tomadas en cuenta, menos aún, en serio.

Con gran preocupación he tomado conocimiento que algunos paisanos y familiares, en mi querido Bolívar (San Miguel de Cajamarca), se resisten a inocularse; esto obedece a que alguien difundió el rumor de que aquellos que se vacunaban sólo tendrían dos años más de vida, que produce infertilidad, o que les implantaban un chip. Cuando era niño, recordaba que nuestros padres esperaban con ansias la llegada de las vacunas para poder inmunizar a sus hijos de enfermedades como el sarampión o la polio; nadie cuestionaba la efectividad de las vacunas, menos su procedencia. Ahora, son los padres quienes desconfían de las vacunas, quizá porque ellos deben ser inyectados primero, y están boicoteando el esfuerzo del Estado, por medio de las autoridades de salud, en inmunizar a la población frente a este fatal virus.

La situación generada por los rumores en contra de la vacuna anticovid, demanda recibir el apoyo de antropólogos, epidemiólogos, psicólogos, estadísticos, expertos en comunicación digital, entre otros, a fin de investigar el impacto que este tipo de información produce; de esta manera sabremos qué hacer y cómo podríamos ayudar al gobierno y al programa de inmunización en una respuesta oportuna frente a este tipo de problemas. Los rumores viajan como enjambres y se trasladan de un país a otro, de una ciudad a otra, de un pueblo a otro; en un mundo hiperconectado como el actual, la información viaja en tiempo real; el escepticismo está presente en las zonas urbanas, así como en el área rural.

Aunque parezca increíble, las vacunas no se libran de la turbulencia política y social que las rodea; es el gobierno el que decide qué vacunas se requieren, regula su administración. Detrás de los inmunógenos están los grandes fabricantes, distribuidores, transportadores; estas instituciones tampoco escapan a la desconfianza de la ciudadanía; por otro lado, tenemos a los científicos que descubren y desarrollan vacunas, los cuales no son accesibles al público en general; frente a ello, vivimos en una sociedad hiperconectada por las redes sociales, donde las personas pueden publicar sus opiniones y preocupaciones, encontrando a otros que compartan esas ideas.

Para poder generar confianza, o reconstruirla, debemos absolver las inquietudes y calmar las ansiedades; la población hace preguntas, sobre todo las madres de familia, lo cual no constituye ignorancia sino preocupación. Si bien es cierto que la mayoría de la población cree que las vacunas son buenas, esa creencia está siendo atacada; los profesionales de la salud están demasiado ocupados para atender estas cuestiones, quizá sea necesario desplegar a voluntarios para que atiendan este tipo de consultas, ya sea en forma presencial o por medio de cualquier canal de comunicación.

Ahora que los jóvenes ya fueron inmunizados, quién mejor que ellos para transmitir un mensaje positivo, sobre la base de la empatía, la amabilidad y la comprensión; contamos con abundante información científica para derrumbar cualquier falso rumor; el problema no es la desinformación, la verdadera causa es un problema de relación entre nosotros, nuestra desconfianza hace que no nos arriesguemos para evitar un mal mucho mayor.

Tengamos la iniciativa y el valor moral para involucrarnos proactivamente con quienes no están de acuerdo con nosotros. ¡Hagámoslo!

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