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Cultura en Bogotá

Fecha Publicación: 29/10/2022 - 22:05
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D os días en Bogotá fueron suficientes para entender que sí es posible el respeto a los protagonistas de la cultura cuando la voluntad involucra al Estado y a las instituciones privadas. En tres semanas he sido testigo de un sinnúmero de actividades: el Festival Gabo que le entregó el Premio a la excelencia al escritor mexicano Juan Villoro, en el auditorio principal del Gimnasio Moderno. El XII Festival Internacional de Poesía OJO en la Tinta, organizado por La raíz invertida, acaso el colectivo más dinámico de nuestra generación. Conciertos a diario en teatros y cafés con cantores y cantoras de excepcional registro. Y otras actividades a las que no pude asistir porque se cruzaban con la irregularidad de mi agenda, como la presentación de la más reciente novela de Rosa Montero. Con la poeta Yirama Castaño tuve el honor de participar en dos recitales de poesía, con el narrador Jerónimo García tuve la oportunidad de cruzar la noche bogotana entre salsa y rock and roll, gracias a Andrés Mauricio Muñoz conocí a ese tremendo narrador que es Paul Brito, autor de la impecable “Restos orgánicos de un mundo anterior”, y a Erick Duncan, cronista a quien les recomiendo leer. Paul me presentó a Pedro Badrán, su novela “Crímenes de provincia” es una clase maestra sobre cómo abordar la construcción de una historia. Conocí a la querida poeta mexicana Chary Gumeta, coincidí al fin con Hellman Pardo, Henry Alexander Gómez, Laura Castillo y Jorge Valbuena, quienes celebraron a lo grande el aniversario de su festival, revista y colectivo, en un encuentro fraterno y grato donde también participaron Federico Díaz-Granados y Santiago Espinosa. Vi de nuevo en concierto a Victoria Sur y Nicolás Ospina, volví a reunirme con la valiente periodista Diana López Zuleta. Estos días en Bogotá han servido además para confirmar que la escritura es una de las más profundas terapias, una herramienta, si bien, no para curar, sí para entender la raíz de nuestros vacíos. Aquel estado de melancolía que aterriza en nuestras acciones. Antes de este viaje, yo era un hombre impulsivo que se dejaba dominar por la emoción, ahora siento que he superado la prueba más terrible a la que puede enfrentarse un creador: vencerse a sí mismo. Y, aunque esto no significa la derrota final de la melancolía, es un buen paso para precisar la coherencia de mi conducta. Yo llegué por primera vez a Colombia en abril, esta es mi séptima visita, me gusta esta ciudad porque llueve, porque aún en su silencio siempre será el país de la alegría. Ahora toca retornar a Lima, a su malecón, a la llovizna que humedece mis palabras, a ese vals que se impone en Barranco o en el Rímac. Retorno motivado por intentar que en mi ciudad se replique algo de la actividad cultural de Bogotá. Pienso que es posible, sé que podemos hacerlo.

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