De la pandemia al estatismo
A finales de febrero los peruanos oímos rumores lejanos de un virus que atacaba virulentamente a ciudadanos de más de una nación en el lejano Oriente. Supimos, además, que cada portador del virus era potencialmente un agente de contagio, lo que convertía a este llamado Covid-19 en endémico. No le prestamos -como el resto del mundo- mucho caso. A comienzos de marzo, el virus tocaba ya nuestras puertas y a mediados de ese mes el gobierno del ingeniero Vizcarra hizo, rápidamente, lo único que le quedaba por hacer: encerrar a la población en sus casas para contender el avance de la infección.
La idea de una cuarentena tan rígida como la que hace más de 75 días se ha impuesto en nuestro país, es que el Gobierno “compre tiempo” para poder llevar a cabo las medidas necesarias que permitan mitigar las consecuencias de la pandemia. Eso no se hizo. Se compraron “pruebas rápidas” y empezaron a hacerse por doquier, mientras que las pruebas moleculares se aplicaron en proporción mínima. En palabras del doctor Ernesto Bustamante, PhD en Biología Molecular por la Universidad de Johns Jopkins, allí empezó la debacle que nos ha traído a ser el país 11 de 215 con mayor número de contagios en el mundo.
Explica Bustamante que las pruebas moleculares detectan de inmediato el virus -incluso, y sobre todo, en pacientes todavía asintomáticos-, mientras que las pruebas rápidas no detectan el virus propiamente sino los anticuerpos que genera uno genera para combatirlo. Naturalmente, para que estos anticuerpos existan, el virus tiene ya que estar generando estragos en el organismo. Así, la lógica científica dicta que las pruebas moleculares deben aplicarse a los pacientes asintomáticos, mientras que las serológicas (o rápidas) a los que ya muestran síntomas. En el Perú las cosas se han hecho exactamente al revés.
Así, Bustamante calcula que hace una semana en el Perú había ya, por lo menos, 350 mil contagiados y presume que, en esas fechas, las muertes ya habían superado los 11 mil casos. Ahora bien, alejémonos por un momento de estas interesantes explicaciones y vayamos a la manera como tanto el Gobierno como la población han reaccionado políticamente al caos generado por esta situación-: el miedo -quizás a la propia libertad en el sentido que Fromm expuso-, el desabastecimiento, el empoderamiento de un Estado antes casi inexistente y la tremenda incertidumbre han abierto la Caja de Pandora populista.
En las últimas semanas hemos escuchado al primer ministro, el arquitecto Zeballos, decir que pedir la cuestión de confianza es una exquisitez técnico-constitucional. Hemos sabido que la bancada de Acción Popular pretende convocar a un referéndum -¡Nada de aglomeraciones!- para cambiar el capítulo económico de la Constitución. Desde APP quieren destrozar la agroindustria y, fiel a su ideario, la izquierda quiere cobrar más impuestos. Mientras esto sucede el ministro de Defensa plantea, sin remilgos, mantener a las Fuerzas Armadas en las calles, así como el toque de queda, hasta diciembre para evitar contagios.
La Comisión de Constitución del Congreso ha aprobado un dictamen -con ningún voto en contra- para que las elecciones primarias se lleven a cabo en el 2022. ¿A qué candidatos vamos a elegir en dos años? ¿A los que correrán para el proceso del 2026? ¡Qué precavidos! Parecemos escandinavos. Y además de todo lo anterior, el primer ministro -el químico farmacéutico Vicente Zeballos- ha indicado que su gabinete va a trabajar arduamente para que las elecciones se celebren en abril del 2021. ¡Qué generoso! Se entiende su esforzado comentario porque el señor estudió arqueología y no Derecho. No debe hacer un esfuerzo.
Un esfuerzo puede hacer uno por bajar de peso. Por conseguir un trabajo. Por alejarse de un vicio. Pero no se puede hacer un esfuerzo por convocar a elecciones. Esa es una obligación infranqueable que manda nuestra Constitución. Y por más que para el oncólogo Zeballos la Constitución sea un documento semántico en donde puede anotar algunas glosas y luego mandarlo al Tribunal Constitucional para que su mayoría convierta sus movimientos fácticos en estéticas danzas constitucionales, eso no es así. Pero quiero llegar al punto: ¿cómo así llegamos a la conclusión de que ahora necesitamos más Estado?
¿Cuál es una de las tres principales funciones del Estado, incluso para un anarcocapitalista chocado con la realidad?La salud pública. Muy bien: ¿quién ha fallado en brindar salud pública a casi 33 millones de peruanos que pagamos impuestos (porque los informales también los pagan: IGV, ISC, etc.). El Estado. Nunca antes en la Historia republicana del Perú, el Estado ha tenido más dinero en sus arcas. Tal es el punto de riqueza que podemos darnos el lujo de inyectar estímulos keynesianos salvajes a la Economía. Me pregunto: ¿para qué quieren más plata? Si no han sabido invertir los miles de millones que ya tienen.
Sucede que -como si Vallejo susurrase-, la naturaleza del poder es el poder dos veces. El Estado, presupuestívoro por antonomasia, va a buscar siempre ocupar más espacio y ostentar mayores funciones. Yo me pregunto, frente a los miles que aplauden los miles de millones regalados a pobres que no necesariamente son pobres: ¿no era la tarea de ese Estado tótem que tantos anhelan invertir ese mismo dinero en las últimas décadas en infraestructura y capacidades para mejorar la salud pública? Mientras le sigan pagando cientos de miles de soles a Richard Swing, tengan la decencia de guardar su populismo. Por favor, respeto.