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Desconexión fatal

Fecha Publicación: 27/10/2019 - 22:10
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La esencia de la democracia es el respeto a las libertades, la justicia y a la dignidad humana. En el ordenamiento de una sociedad moderna bajo regímenes democráticos, el sentido de representatividad para la buena gobernanza del Estado es clave en el fortalecimiento de una institucionalidad que le de soporte y sostenibilidad.

La democracia representativa ha sufrido una serie de constantes ataques desde distintos flancos. Pese a ello, ha demostrado ser el mejor sistema de gobierno que apunta a cumplir con relativo éxito la esencia democrática, si lo comparamos con las dictaduras o gobiernos totalitarios.

El actor clave para el sostenimiento de una democracia representativa en la clase política, constituida por partidos o movimientos que deberían ser espacios donde se vinculan los intereses de la mayoría ciudadana con las políticas públicas, la gestión del Estado, la justicia y el respeto a la libertades y la dignidad humana.

Una histórica evaluación de la clase política en América Latina, especialmente en el Perú, ha sido desastrosa. El diagnóstico: un cuadro complejo de corrupción en fase de metástasis. El riesgo de colapso del sistema democrático es inminente. La única posible cura es una intensa quimioterapia social con altas dosis de transparencia, ética y valores, acompañada de una reconexión con la realidad, sus ciudadanos y los intereses nacionales.

El cáncer de la corrupción lamentablemente ha venido minando el sistema democrático en el Perú. Los partidos políticos y movimientos nunca supieron luchar contra ese mal endógeno. Cuando llegaron a ser gobierno, en sus tres niveles, convirtieron al Estado en su botín y el saqueo fue brutal.

Todo este cuadro degenerativo de la clase política alimenta el hastío, indiferencia, indignación e ira ciudadana. La explosión social de la última semana en Chile es una muestra que todo tiene un límite. Sin embargo, la miopía, cuasi ceguera, de nuestra clase política y de algunos “analistas” de una falsa realidad, tratan de explicar que la virulencia de las masas en calles y plazas sureñas es parte de una “estratagema importada”. Una muestra más del nivel de desconexión con la mayoría ciudadana.

La corrupción no es el único cáncer que mata democracias y procrea dictaduras. La impericia en la gestión pública y de un Estado que tiene que servir al ciudadano es el virus que las termina por liquidar. El sólo hecho de anunciar una cruzada contra la corrupción no basta. La realidad peruana exige un electroshock en las políticas públicas para evitar que el hartazgo ciudadano lo obnubile y elija a caudillos con cánticos de sirena, que lo terminarán asaltando sin piedad en un callejón, dejándolo sin libertades, sin justicia y sin dignidad.

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