Dina sigue siendo el problema
Dina Boluarte es una mujer sin escrúpulos, a quien solo le importa el poder y asegurarse un futuro exento de persecuciones por presuntas violaciones de derechos humanos. En tal afán, no tiene el menor remordimiento por el experimento cruel de lanzar a las fuerzas militares y a la policía a enfrentar al terrorismo con las manos atadas.
En la presentación de resultados bimestrales se vanaglorió de éxitos dudosos y volvió a abrir las puertas de un diálogo imposible con los subversivos; además injustamente responsabilizó al Congreso por la crisis política. Luego ni siquiera se solidarizó con la policía después del salvaje asesinato de siete efectivos en el Vraem. Tampoco tuvo una palabra para responder la agresividad de los políticos bolivianos que ya intervienen en el separatismo de Puno y contra el borracho asesino Gustavo Petro, presidente de Colombia, quien ha agredido reiteradas veces al Perú.
Boluarte es un espécimen de sangre fría. No hace respetar el estado de emergencia; observó impávida la marcha sobre Lima; expectó pasiva los sanguinarios intentos de toma de aeropuertos; permitió que la red vial fuera interrumpida; dejó que los subversivos convirtieran a Apurímac y Cusco en ciudades fantasma; no se inmutó con el estrangulamiento de Puerto Maldonado; no le hirvió la sangre cuando quemaron a un policía, secuestraron a otros efectivos, quemaron un edificio y vandalizaron la capital. Tampoco se inquietó cuando murieron pacientes por las vías bloqueadas. Cobarde, llama al entendimiento con los “hermanos y hermanas protestantes” y pide perdón por eventuales excesos; pero no ha dado los suficientes recursos a militares y policías y, recién después de 60 días de tortura, les va a pagar bonos a quienes defienden al Perú con palos y escudos plásticos porque no le da la gana que usen sus armas de reglamento.
La paz relativa actual es gracias al heroísmo estoico de la PNP y las FF.AA. que actúan bajo precaria coordinación con ministros de Defensa e Interior erráticos y servicios de inteligencia politizados. Pero esto tiene que terminar: o Boluarte empodera a las fuerzas del orden y declara el estado de sitio y el régimen de excepción en lugares como Puno, o se confirmará que es parte del complot internacional contra el Perú. Y si tal fuese el caso, los militares deberán cumplir con su rol constitucional de desobedecer a la autoridad ilegítima y garantizar con energía plena la seguridad interna y la defensa nacional.
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