Disiento, ergo no me someto
El disenso garantiza la libertad, la evolución intelectual y la creatividad, en todos los ámbitos del quehacer humano. El desacuerdo entre el íntegro de las personas, empresarios o cualquier otro grupo, respecto a una idea, propuesta, opinión o decisión, es vital.
A contramano, el consenso –preferido por los totalitaristas o quienes quieren imponer lo que los beneficia exclusivamente a ellos–, el disenso es inherente a la diversidad de pensamiento y perspectivas de una sociedad libre. Su presencia es fundamental para el funcionamiento de la democracia y del debate constructivo.
Los hilos de la discrepancia y la desavenencia son cruciales para la vitalidad, tanto de las democracias como de las empresas, de las propias familias,grupos de amigos y todo colectivo humano.
Las sociedades pasan del mago a la ciencia gracias a la constante desarticulación de las ideas más arraigadas, podríamos decir evocando a Auguste Comte. La política y el quehacer empresarial no pueden ser un ritual tribal o mafioso, donde la lealtad al grupo hegemónico anula la diversidad de pensamiento.
La adoración ciega y el respeto sin cuestionamientos solo son positivas y tolerables en nuestras mascotas, que nos miran como si fuésemos sus dioses cuando los acariciamos. Agachar la cabeza es propia del borrego llevado al matadero, no del ser humano.
En una democracia robusta pulsa el disenso, pues no se cimienta en mayorías –que pueden estar equivocadas– sino en principios. La colisión de ideas, impulsa el avance en todas las esferas, mientras que la unanimidad confortable, propicia el abuso de poder y una confianza pueril en nuestros líderes y pares.
Uno de los defensores de construir a partir del disenso fue John Stuart Mill, el ilustre filósofo del siglo XIX, cuya obra Sobre la libertad aboga ardientemente por la tolerancia hacia opiniones divergentes como piedra angular de la democracia. Mill sostiene que la confrontación de ideas es esencial para evitar la “tiranía de la mayoría”.
Karl Popper abrazó la idea del disenso como motor del progreso. Su concepto de la “sociedad abierta” destaca la importancia de permitir la crítica y la discrepancia para evitar la rigidez ideológica y el totalitarismo propio del consenso que silencia y sofoca el pensamiento crítico.
Si bien la búsqueda de acuerdos es valiosa, un consenso forzado puede fomentar estancamiento y complacencia intelectual. Si todos estamos de acuerdo, la motivación para cuestionar, explorar nuevas ideas o considerar enfoques alternativos desaparece; y se generan riesgos de errores colectivos por la adopción acrítica de decisiones incorrectas.
En el consenso, las minorías quedan excluidas o marginadas derivando en una representación inadecuada de la diversidad de la sociedad y la pérdida de perspectivas valiosas; además de generar un conformismo que inhibe la creatividad, la innovación y la expresión.
La influyente filósofa y teórica política, Hannah Arendt, abordó la cuestión del disenso en La condición humana (1958) considerándolo esencial para la salud pública y la democracia.
Da la contra, aporta ideas, no te dejes someter.
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