El monstruo de Aragua
En la hermosa tierra de Aragua, Venezuela, se gestó un monstruo. Nació dentro de la cárcel de Tocorón y, como una sombra, se extendió más allá de sus muros, cruzó el mar Caribe para aterrar a países enteros.
Con nombre de canción infantil, “El Tren de Aragua” tiene por melodía las balas y por ritmo la risa cruel de infrahumanos capaces de cortar la cabeza de cualquiera y exhibirla. Esos abominables venezolanos tienen a Lima, a otras capitales del Perú y a distintos países de la región bajo acecho. En los Estados Unidos ya hay ocho estados que sufren su embate.
Su negocio es matar, lo que saben es matar, su vida es matar y contra ellos lo único que queda es sacarlos de la ecuación de la misma manera: plomo-terapia. Con esta banda criminal transnacional no hay de otra. La recién promulgada ley contra el terrorismo urbano —que a un violento delincuente común le hará pensar— a los venecos del trencito les debe haber arrancado risotadas.
En junio de 2024, un grupo de congresistas republicanos encabezados por el senador de Florida Marco Rubio dirigió una carta al presidente Joe Biden, instándolo a tomar medidas. Calificaron al Tren de Aragua como “organización criminal transnacional” y explicaron a la funesta dupla Biden-Harris que “si no se controlaba, desatarán un reinado de terror sin precedentes, que refleja la devastación que ya ha infligido en comunidades de Centro y Sudamérica, sobre todo en Colombia, Chile, Ecuador y Perú”. Y Biden estaría de siesta y la otra de siesta porque nada hicieron.
En el 2000, en la cárcel de Tocorón, se empezaron a tomar acuerdos entre los más peligrosos maleantes que gobernaban el penal, mientras las autoridades se les arrodillaban y la policía se evaporaba o miraba a otro lado. Y el maldito tren se formó y tiene un poder inusitado. Se sospecha que recibe órdenes directas de la dictadura madurista para sembrar el caos y el horror allí donde aparecieron, cual corderitos buscando libertad.
Nadie se atrevió a cuestionarlos, porque quien lo hacía desaparecía o aparecía muerto. Los del Tren de Aragua son indistinguibles de un venezolano de bien: no visten de manera extraña, no exhiben tatuajes como las maras salvadoreñas.
En nuestro país, nadie pensó que después de haber vencido a Sendero Luminoso y al MRTA, algo volvería a sembrar miedo, desencajar al gobierno y tomar territorios. Lima está azotada por sus extorsiones, sicariato, secuestros, asesinatos. Antes en las sombras de la noche, hoy a plena luz del día, frente a las familias y dentro de las propias casas de las víctimas, la mayoría de ellas sin vínculo alguno con la delincuencia. Está claro que quieren crear desorden, incertidumbre, rechazo al gobierno y a las instituciones democráticas, y repartir miedo, esa enfermedad que paraliza a países enteros.
Señora Boluarte, los derechos humanos son nuestros, no de ellos. Esos, para comida de perro. Mano dura y plomo. ¡Ya!
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