El país sin timón

La encuesta de CIT Perú lo confirma con una contundencia irrefutable: el Perú atraviesa una crisis de representación sin precedentes. La presidenta Dina Boluarte apenas alcanza un 1,6 % de aprobación. Sí, leyó bien. Menos de dos de cada cien peruanos la respaldan. El Congreso, por su parte, continúa ocupando el último peldaño de la credibilidad nacional, con un 96 % de desaprobación. Y el gabinete ministerial —invisible, torpe, desacreditado— no se queda atrás en el abismo.

¿Cómo se gobierna un país cuando nadie confía en sus autoridades? ¿Cómo se puede tomar decisiones que afecten a más de 33 millones de personas si estas mismas personas ven en el Gobierno un aparato fallido, opaco, ineficiente y deslegitimado?

La clase política parece sorda, ciega y anestesiada ante el derrumbe institucional. Se atrincheran en el poder como si la desaprobación ciudadana fuera una anécdota, como si gobernaran para sí mismos y no para el país. Mientras tanto, el Perú real —ese que vive la inseguridad, la inflación, el desempleo, los hospitales colapsados y las escuelas olvidadas— clama por un recambio urgente, por liderazgos nuevos, por respuestas concretas.

Boluarte, sola y sin rumbo

El 1,6 % de aprobación de Dina Boluarte no es solo una cifra, es una sentencia. Su caída ha sido sostenida y predecible, producto de un mandato caracterizado por la desconexión, la improvisación y el personalismo. La mandataria ha optado por rodearse de un gabinete sin peso político ni técnico, y por mantener un perfil distante frente a los reclamos de una ciudadanía cansada. ¿Dónde está el liderazgo? ¿Dónde están las reformas prometidas? ¿Dónde está el Estado que escucha y resuelve?

Congreso: una maquinaria del descrédito

El Parlamento, cuya tarea es representar a la ciudadanía y fiscalizar al Ejecutivo, es percibido hoy como parte del problema. El rechazo del 96 % revela una indignación generalizada frente a su comportamiento: blindajes vergonzosos, leyes de interés particular, repartijas bajo la mesa y una desconexión total con las urgencias del país. El presidente del Congreso, Eduardo Salhuana, es apenas una figura decorativa frente al desprestigio crónico del Legislativo.

Gabinete ausente, ministros sin voz

Del premier Eduardo Arana se esperaba por lo menos algo de solvencia, pero su desaprobación del 87,9 % confirma su irrelevancia. Peor aún, la caída estrepitosa de ministros como Morgan Quero (Educación) y el rechazo al reemplazo de Jorge Salardi en Economía refuerzan la idea de que este Gobierno ni escucha ni acierta. Son rostros desconocidos para una ciudadanía que exige, como mínimo, resultados.

Una capital sin brújula

Ni siquiera los gobiernos locales se salvan del desencanto. El alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, quien hace seis meses bordeaba el 40 % de aprobación, ha visto desplomarse su imagen pública. La inseguridad, el caos en el transporte y su constante confrontación con el Ejecutivo parecen estar pasándole la factura.

Un país cansado de todos

Lo más revelador del estudio no es solo el nivel de desaprobación, sino su homogeneidad: jóvenes y adultos, hombres y mujeres, limeños y provincianos, coinciden en su desencanto. Se acabaron las excusas. Ya no es “una campaña”, ni “una manipulación mediática”, ni “un grupo minoritario”. Es todo el país el que ha dado la espalda a quienes dicen gobernarlo.

¿Y ahora qué?

La gravedad de este panorama exige mucho más que declaraciones vacías o discursos de ocasión. Requiere acción política, valentía institucional, voluntad de cambio. La pregunta no es si el modelo actual es sostenible. No lo es. La verdadera pregunta es si la clase política tendrá la capacidad de reinventarse antes que el sistema colapse por completo.

La legitimidad no se impone; se construye con coherencia, servicio público y resultados. De lo contrario, el país seguirá siendo una nave sin timón, a la deriva en un mar de frustración.

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