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El Perú te lo agradece

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Fecha Publicación: 30/05/2025 - 20:15
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Tantas generaciones jóvenes saben que será siempre difícil presentar trabajos inéditos. Estudiantes en institutos o en facultades conocen que todo es un aprendizaje diario. Y si nos ponemos al frente a una leyenda, la pregunta es obvia: cómo sales a lidiar con ese toro de Miura.
Que ese intento del periodista debutante elija y que haga una crónica de una mujer única, irrepetible, de aquellas que abrieron los surcos para un deporte ninguneado hace 50 años y hoy, absolutamente sembrado con un auditorio que se cuenta por millones.
Que no haga mucho esfuerzo por escribir porque los términos y los pensamientos fluyen naturalmente, ni siquiera será necesario ir a la Biblioteca Nacional o revisar los vídeos de antes, menos entrevistar a los patriarcas porque todo está dicho y lo que queda es copiar y pegar. Si podría reunir a José Pezet Miró Quesada, Hans Frick y Enrique Castañeda y rememorar esos tiempos, el homenaje sería completo.
Hacer mucho más firme los relatos analizando como Akira Kato, ojo clínico, sabía de esa incipiente valía y quizás más adelante incidencia dentro del grupo humano, porque pese a esa precocidad y luego pubertad y juventud, era fantástica y todo presagio de ser la más grande se haría realidad con el paso del tiempo, para ungirla entre las mejores aquí y más allá de nuestras fronteras.
Cuando Akira un padre para todas, reforzaba los valores recibidos en casa y en la escuela, comportándose como un maestro presto siempre a aparecer en los momentos menos pensados, dentro y fuera de la cancha. Enseñando con la prédica y disciplina oriental, privilegiando la paciencia para hacer realidad los sueños más osados.
No sólo era un tema atlético, técnico, deportivo, era un asunto de mayor peso, se trataba de personas íntegras, rectas, intachables, que irradiaban su decencia y educación en cada uno de sus gestos y acciones, siempre atentas a las indicaciones de sus padres, mañana de sus entrenadores y guías, entendiendo que sólo así podría llegar algún día a convertirse en lo que sería. Una generación única desde todo punto de vista.
Que empujó con tanta fuerza y esmero, esa dedicación 24 x 7, para sacar el “deporte de la net alta” del Campo de Marte cuando los fines de semana las domésticas jugaban con una cuerda tendida en dos postes y ya imitaban a las chicas de la selección porque sabían que habían unas morenitas que levantaban y mataban como las propias rosas y lo que quedaba era seguir su camino.
Acaso ese camino ya labrado y forjado a punta de miles de horas de trabajo en la Bombonera del Estadio Nacional, soportando sus incomodidades visibles, hacerlo con tanta convicción que seríamos grandes alguna vez como después lo fue, hasta que hoy hemos perdido ese estatus que nos abandona y nos somete a una desdicha inmensa, que nos priva por tanta incapacidad dirigencial, soberbia por añadidura de no pocos, en circunstancias de luto y crespón negro, se instala el nombre de una estrella, estandarte de una generación de oro.
No busques aquel lenguaje enrevesado de figuras literarias que te marean. Es simple y sencillo, no te compliques porque hay tanto por decirle más aún hoy en la hora de la triste partida de una leyenda. Cuando los reconocimientos se cuentan por doquier y faltan palabras para agradecer tantísima generosidad. Porque no habrá jamás otra Lucha Fuentes. Sólo persistirá su legado lleno de amor y entrega por el deporte que la hizo la más grande. El Perú te lo agradece de pie.

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