A dos años de conmemorar su centenario, Sport Boys no tuvo mejor idea de tirar por la borda su historia y su reconocimiento como club señero, emblemático, genuino, identificado con el Primer Puerto de la República, que aparecer en el estadio Miguel Grau del Callao con una divisa que podría haberse empleado en alguna feria pueblerina vistiendo como un combinado de cholacos.
Bruno Espósito Marsán
No tengo idea quien o quienes convencieron a Ángela Leyva para volver a vestir la divisa nacional.
Tantas generaciones jóvenes saben que será siempre difícil presentar trabajos inéditos. Estudiantes en institutos o en facultades conocen que todo es un aprendizaje diario. Y si nos ponemos al frente a una leyenda, la pregunta es obvia: cómo sales a lidiar con ese toro de Miura.
Siento escalofríos. Pensé que era el cambio de clima y el frío que comienza a hacerse presente. Me detengo porque además me golpean las tripas con unas feas arcadas y mirando atrás me doy cuenta que nunca imaginé tantas barbaridades en un deporte líder o, mejor dicho que fue líder, y que hoy sucumbe en los bajos fondos.
El espíritu solidario en el contexto deportivo se quiebra en todas las canchas, en muchos casos, con finales de falsos abrazos y tendidas de manos. En otras, con acciones antideportivas que se instalan en las tribunas y bajan como reguero de pólvora al campo de juego, provocando tragedias como aquella del año 1964 cuando un fallo arbitral ocasionó una hecatombe en el Estadio Nacional.
Mientras la generosidad y el dispendio del Estado no tiene límites tratándose de competencias sinuosas y sin ninguna trascendencia deportiva en el país, pasa inadvertida para nuestra afición la triste situación del básket, una de las disciplinas más castigadas en los últimos años, que sigue siendo el patito feo del siglo XXI al no contar, por añadidura con reconocimiento, ni credenciales intern