El primer poema, los primeros libros
El primer libro que leí en la infancia fue una antología poética de Rubén Darío que mi padre me obsequió cuando retornó de una de sus comisiones. Yo era el niño que declamaba en las verbenas: “Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. / Voy bajo tempestades y tormentas/ ciego de sueño y loco de armonía”; esa primera estrofa del soneto Melancolía me acompañó tres años. Y más que un libro, tengo muy viva la imagen de una noche cuando papá me disfrazó de mago, a los siete años, para que declame el poema “Edad de oro”. “De niño cuánto soñaba/ con ser un mago/ de circo. // Mi gorro escolar trocarlo/ por un sombrero de copa, / mi caperuza de invierno/ por una gran capa negra. // De niño/ —yo lo recuerdo—/ quería ser mago”, no hubo acto en el que no me pidieran que lo declame. Lo interesante es que yo no sabía de quién era el poema, papá sí, pero a esa edad no pregunté por su autor, yo era feliz disfrazándome de mago, poniéndome el sombrero de copa, la capa negra, los guantes. Ese recuerdo me asaltaba siempre. Después, nos fuimos a vivir al campo. Al bosque seco tropical: Tumbes. Yo tenía diez años. En aquel momento no advertí la soledad que se avecinaba y terminé la infancia feliz trepando árboles, al otro lado del río, o corriendo con los animales. A los doce perdí el gusto por las actividades del campo. Entonces regresaba a casa, a los libros de la pequeña biblioteca. Leyendo a Julio Verne y a los hermanos Dumas combatí el tedio de aquellas montañas, pero me atormentaba no saber hasta cuándo seguiríamos allí, entonces quería que el tiempo pase volando, quería cumplir dieciséis años y salir o regresar a la ciudad para conocer a otras personas que como yo buscaran en los libros las respuestas contra la desolación. No hablaba mucho. Allí empecé a escribir. Tenía doce años cuando me enfrenté a mi primer poema. Una mañana, el 2014, en Chaclacayo, en casa del poeta, yo estaba ayudándolo a seleccionar poemas para una antología, cuando de pronto abrió un viejo baúl y sacó un libro, lo abrió y me dijo: “viejo, este poema tiene que ir de todas maneras”, me entregó el libro para que lea el poema y yo al leerlo, después de tantos años, no pude sino recordar todas las veces que lo declamé con mi disfraz de mago, y llorar, mientras abrazaba a Arturo. Arturo Corcuera es el autor del primer poema que declamé en la infancia.
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