¿Es el final?
Ante una crisis política que se acrecienta por los múltiples indicios de corrupción del gobierno de Pedro Castillo y que vienen siendo atajados por el Equipo Especial de Fiscales, empieza a sonar realista la posibilidad de que el Perú pronto tenga un nuevo presidente. Resuenan aún en el clima político las palabras de la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, citando a Cicerón: “no hay vicio más execrable que la codicia, sobre todo entre los próceres y quienes gobiernan la nación, pues servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y abominable”. El día de ayer, sin duda, parece el inicio del final.
Sin embargo, haciendo un análisis político frío, es evidente que las fuerzas caviares están -por lo menos- de acuerdo con la caída de Pedro Castillo. Los ‘opinólogos’ que otrora hacían odas a Vizcarra hoy están en el mismo coche que la derecha buscando que este gobierno corrupto caiga de una buena vez. No pretendería cuestionar su repentina lucidez, pero mi experiencia analizando la coyuntura en los últimos años me hace sospechar que nunca ha existido una causa que este grupo haya apoyado sin tener un interés oculto o un plan para que -tras el reacomodo del poder- ellos caigan en una mejor posición que la anterior. Atentos a sus próximas movidas.
No olvidemos que Pedro Castillo está en el poder (entre varias) gracias al antifujimorismo construido por este grupo durante los últimos 20 años de democracia. Quisieron gobernar quitándole la firma a la Constitución del 93, pero despotricando a diario contra quien la hizo posible. Relativizando los años de violencia que Sendero Luminoso causó al Estado peruano y poniendo al mismo nivel a las Fuerzas Armadas, especialmente en su accionar durante el gobierno de quien convenía abatir. Nadie recuerda ya que en tiempos de Belaunde se produjeron la mayor cantidad de muertes en manos de las FF.AA., gracias a estos señores.
¿Por qué? Porque había que retener el poder. Belaunde ya no era una amenaza al sustento de poder de los caviares, lo eran principalmente el fujimorismo y el aprismo. Había que decir que contar La Cantuta sin contar Tarata -y hacer escarnio del centralismo limeño, de paso-; había que contar Barrios Altos sin contar Lucanamarca; había que descontextualizar todo lo que sea posible el contexto histórico para sostener una sola cosa: Fujimori nunca más. Son estas mismas personas las que causaron este gobierno corrupto que se cae a pedazos, y que hoy cuenta con su evidente desaprobación. ¿A cambio de qué? Es la pregunta.
Porque como bien dice la fiscal Benavides, parafraseando a Cicerón, no hay vicio más execrable que la codicia; también cabría citar de él: “la naturaleza ha puesto en nuestras mentes un insaciable deseo de la verdad”. Y cuando el ruido pase, y el polvo se disipe, habrá que pensar qué fórmula política saldrá de todo esto. Dina Boluarte no puede ser presidenta del Perú sin que este grupo anteriormente descrito obtenga una clara victoria a su favor. Este no será el final de la guerra, porque la incapacidad de este gobierno tiene un responsable que es quien tira de los hilos para que se despliegue su caída: los caviares. Esta es solo una batalla, pero la guerra continúa.
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