Feliz Navidad, papás
En mamá la Navidad era un pretexto para reunirnos. Siempre hubo cena en Nochebuena, me parecía increíble cómo la oscuridad del 24 era alumbrada por un árbol y un bello nacimiento en el que todos alguna vez tuvimos la responsabilidad de poner al niño en el pesebre. Primero fue mi hermana Holenka, luego la relevé yo, después mi hermano Stalin, Evelin, así hasta Slim, el menor de mis hermanos. Podía faltar mucho en casa, mi padre era policía, un suboficial de la guardia civil que no ganaba más de mil quinientos soles con el que tenía que sostener a cinco hijos y una esposa que lo amó hasta el último de sus días, pero jamás faltó el espíritu navideño, la ilusión por una mesa donde nos olvidábamos de cualquier indicio de precariedad, no sé cómo lo hacían, pero sí tengo el recuerdo de un papá maravilloso que se desvivió por consentir a su compañera, un miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, para quien nunca hubo pretexto por encender aquellas luces que nos alegraron la infancia. Y una mamá que creía en la magia, una mamá que todos los 25 de diciembre nos sorprendió con un regalo, aunque aquellos le costaran meses de deudas que pagaba con panderos. Aun cuando parecía imposible, en la sala siempre tuvimos un árbol de Navidad.
Recuerdo una mañana en Cascas cuando mi padre me pidió que lo acompañe al río. Papá iba con un machete, yo no sabía a qué íbamos, pensé en algún momento que, a traer juncos para el pesebre, hasta que me preguntó qué me parecía aquel pino. De pronto, frente a mí, un pequeño pino me observaba imponente, era el pino más hermoso de mi vida, yo miré a papá y le dije que era idéntico a los árboles de las postales navideñas, entonces mi padre fue hacia el pino, se persignó pidiendo perdón por lo que haría, y trajo el pino a casa. Otro año, en Cañaveral, nos inventamos un árbol de cartón al que untamos de detergente, así logramos una obra de arte que semejaba a un árbol de nieve al que las bombillas le dieron un aspecto increíble. Todos éramos felices la noche del 24 de diciembre. Nos alegraba la voluntad de nuestros padres por entregarnos una fecha que nos movilizaba para compartir, para sostener el mito del nazareno, de su vocación por una fe inquebrantable que tenía como un pilar indestructible el amor, ese amor que ahora me tiene escribiendo esta columna como quien dibuja la emoción de sus padres, sus manos como un hermoso parque donde juego cada vez que cierro los ojos. Mamá se reencontró con papá el 28 de agosto, va para ellos este árbol, este nacimiento, estas palabras como esa primera cena cuando alumbraron mi corazón.
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