Glasgow y la nada
La Conferencia de Glasgow sobre cambio climático no pasará de discursos. No se llega a ningún acuerdo, los únicos que siguen la línea de las reuniones somos los periodistas que repetimos el plato vez tras vez, mientras los gobernantes cambian, se olvidan de la posición de su antecesor, lloriquean y al final nada.
Estúpido ha sido el mensaje del presidente Pedro Castillo sobre la protección de los bosques, pues su gobierno no tiene la más mínima vocación conservacionista, y le da palmaditas a los cocaleros destructores del bosque y usuarios de toneladas de sustancias derivadas del petróleo en sus pozas de maceración.
Sobre la problemática ambiental nadie debería permanecer impávido y menos usar el tema con hipocresía o afanes de ganarse porotos políticos.
Los periodistas no podemos olvidar estas noticias aunque muchos pretendan mover sus corruptos “hilos, en la vana ilusión de tapar el sol con un dedo. Tampoco tildar de comunista a quienes buscan con sinceridad recuperar el equilibrio ambiental.
En todas las épocas, en todas las culturas, voces fuertes se levantaron tratando de llamar a la cordura. La conciencia ambiental para nada es asunto nuevo. Ojalá lo de Glasgow tuviera efecto y no quedara solo en el discurso.
La humanidad cuenta ya con todas las herramientas que harían posible el ansiado cambio de rumbo. “Nuestro país comparado con lo que era, se asemeja a un cuerpo consumido por la enfermedad; todo lo que había de tierra grasa y fecunda ha desaparecido y no nos queda más que un cuerpo descarnado...”. Este comentario que parece tan actual data de varios siglos antes de Cristo y pertenece al filósofo griego Aristocles, más conocido como ¡Platón!
Decía John F. Kennedy que “Cada generación tiene que luchar de nuevo con los saqueadores, con la tendencia a utilizar los recursos públicos en beneficio propio y con la inclinación a preferir las ganancias a corto plazo a las necesidades a largo plazo”.
En la histórica “Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano”, más conocida como “Conferencia de Estocolmo” (5 al 16 de junio de 1972) una mujer menuda, ataviada con un típico “sari”, con pausada y firme voz recordó a los líderes y representantes oficiales la responsabilidad que les competía frente a la crisis ecológica.
Fue Indira Gandhi y refirió que, desde siglos lejanos, un buen gobernante de su país reconocía la necesidad de velar también por la flora y fauna, importante patrimonio de los pueblos: “A través de toda la India, edictos grabados en roca nos recuerdan que hace 22 siglos el emperador Asoka definió como deber del rey no sólo el de proteger a los ciudadanos y castigar a los infractores de la ley, sino también el de preservar la vida de los animales y de los árboles de la floresta”.
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