¿Hacia dónde vamos?

Cuando uno es niño, muchas veces pensamos en cómo será el futuro, qué nuevos inventos o qué nuevas tecnologías nos sorprenderán; en mi época, teníamos a la televisión como fuente de imágenes futuristas o algunas publicaciones que nos advertían cómo sería el futuro; cualquier pronóstico ha quedado corto con todo el avance científico y tecnológico de los últimos tiempos. En nuestro mundo, hemos ido creando más y más cosas que más parecen de ciencia ficción que reales; ya contamos con automóviles que se conducen solos, lo que nos hace pensar en qué pasará con el trabajo de los conductores; Siri, Alexa, Cortana o el asistente de Google, responden a nuestras preguntas y cumplen nuestras órdenes; centrales digitales nos hacen llamadas o atienden nuestros pedidos o quejas; conversamos con robots o hasta los usamos de acompañantes.
Hace siglos, la preocupación era la misma: qué va a pasar con el trabajo ahora que las máquinas se hacen cargo o desarrollan dichas tareas; así tuvimos la revolución industrial, la misma que no desplazó al trabajo, sino más bien produjo un gran despegue de la economía en el mundo desarrollado, casi llegando al empleo pleno. Esta vez, las máquinas son más sofisticadas y vienen demostrando habilidades que nunca habían tenido; hoy en día son capaces de comprender, hablar, escuchar, ver, responder, escribir y cada vez adquiriendo nuevas habilidades; los robots humanoides que se movían ya son cosa del pasado; hemos avanzado tanto que ya tenemos androides capaces de hacer nuestro trabajo y el mundo sigue avanzando a pasos agigantados, donde se avizora mucha más tecnología y mucho menos puestos de trabajo.
El progreso tecnológico nos permite continuar con grandes avances en el campo de la producción, logrando que los precios bajen y el volumen y la calidad sigan en ascenso; esto podría sonar a materialismo superficial, pero no tiene por qué ser así; se trata de abundancia, que es lo que precisamente necesitamos en nuestros sistemas económicos. Algo que podría complacernos es que nos iremos liberando del trabajo duro y de la monotonía, ya que los androides se encargarán de todo ello; tendremos más tiempo para dedicarnos a crear, descubrir, interpretar e innovar; ya no es novedad la generación de un objeto mediante una impresora 3D, los artesanos y aficionados ahora tienen la posibilidad de ser creadores de grandes cantidades de cosas innovadoras, los artistas ahora pueden hacer cosas que nunca han podido hacer. Estamos viviendo un periodo ciertamente asombroso.
Los grandes volúmenes de bienes que se producen necesitan un mercado, básicamente compuesto por gente de clase media, que sea muy grande, estable y próspera; sin embargo, esa clase media está siendo amenazada, estamos inmersos en un círculo vicioso de desigualdad y polarización; este tipo de problemas requieren ser tratados y más que problemas sociales, deben ser considerados como desafíos sociales. Tenemos, por un lado, profesionales con educación universitaria y postgrados; y, por otro lado, gente sin educación superior y que trabaja como obreros o empleados de bajo nivel; con el avance tecnológico, los profesionales se han ido adaptando a los cambios, mientras los otros se han ido quedando rezagados y, en algunos casos, dedicándose a actividades ilegales.
Seamos conscientes de que las máquinas no van a tomar nuestros trabajos en el corto plazo; podemos fomentar el espíritu emprendedor, ampliar la infraestructura y preocuparnos por la educación de las nuevas generaciones, dotándolos de habilidades que van a ser necesarias. Las cosas tienen que cambiar para mejor, la tecnología debe tener un impacto positivo, tanto en la educación como en los negocios. Lo que tenemos y vamos a tener no será suficiente (nunca lo ha sido), los desafíos serán difíciles y lo peor que puede pasar sería crear un mundo con tecnología de punta, con una sociedad descompuesta y una economía desigual. Tracemos el derrotero hacia un mundo tecnológico, humano e igual para todos.

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