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Conocí a Juan Félix Cortés en 1995. Yo fui uno de los participantes de un concurso de pintura en homenaje a César Vallejo. Juan Félix era presidente del jurado. Me animé a concursar porque desde niño no hubo contienda con el pincel que no ganara, pero competir con los alumnos de la Escuela Superior de Bellas Artes Macedonio de la Torre exigía otro tipo de preparación; ejercicio que a mis 16 pensé que había logrado asistiendo, como alumno libre, a las clases del maestro Walter Romero y visitando el taller de don Mariano Alcántara. Juan Félix se puso de pie. Ajustó el nudo de su corbata, se arregló el peinado, se acarició el bigote y avanzó hacia los cuadros. La dinámica sería sencilla: cuadro descalificado, al suelo. Yo observaba atento cómo se acercaba a la fila de imágenes del poeta de Santiago de Chuco cuando de pronto, para mi sorpresa, el primer cuadro descalificado fue el mío. Odié a Juan Félix por bajarme de mi nube imaginaria de pintor. El ganador fue Juan Mendoza, artista extraordinario que le ha entregado al Perú varios galardones. Después me enteré que Juan Félix era poeta. Pero no lo volví a ver hasta un año después cuando esperaba en el patio de la universidad Antenor Orrego al Dr. Arnaldo Estrada Cruz, su Vicerrector Académico. Fastidiado aún por haber descalificado mi retrato de Vallejo, saqué de mi maletín una libreta de poemas. Yo necesitaba una opinión de aquel personaje con pinta de Beethoven. Como era de esperarse, Juan Félix no se acordaba de mí. Leyó al vuelo alguno de mis textos, me observó compasivo y me entregó la siguiente respuesta: “Ya todo ha sido escrito, sin embargo vale tu pelea. Lidiar con la poesía es histórico”. Me entregó la libreta y se fue. Yo me quedé pensando en sus palabras. En ese momento entendí el reto que significa no solo escribir poesía. Juan Félix Cortés es un ejemplo de resistencia, por él aprendí que sí es posible vivir como Poeta en el Perú.
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