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La hora del agua (A Héctor Ñaupari)

Fecha Publicación: 05/11/2022 - 22:05
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Cuando falleció mi madre, asediado por el vacío, encontré un punto de apoyo en un viejo hábito: fumar. Yo dejé el cigarrillo hace diez años. Estos días, reencontrarme con esa estela de humo escribiéndose en mis manos, fue como volver a una antigua derrota. Sucede que uno quiere creer que a medida que pasa el tiempo, el dolor disminuye, craso error, el dolor siempre es ascendente. La curva es ascendente, se trata de una parábola siniestra con la que tenemos que aprender a convivir y, en la lógica de la sobrevivencia, mal hacemos golpeándonos. La vida es el mayor bien, enfocarnos en disfrutar ese milagro, aún a pesar del vacío que nos deja la pérdida, es la consigna. Más si hay un destino que hace de nuestra individualidad una apuesta colectiva. Estoy seguro que mi madre estaría de acuerdo conmigo. Por eso aquí importan las certezas. Un viejo amigo, hace unos días, me compartió una hermosa lección que le entregó su padre. “¿Leíste a Shakespeare?” Le preguntó. Sí. Le respondió. “¿Qué crees que mató a Otelo, a Hamlet, al rey Lear, al mercader de Venecia o a Romeo y Julieta?” Volvió a preguntar. ¿Los celos, la locura, la avaricia, el amor? Respondió preguntando. “No”, sentenció su padre. “Los mató la duda. El que duda, muere”. Efectivamente, esa sensación de incertidumbre frente al desasosiego, esa sensación de sobrevivir en una constante de cara al abismo, fue lo que hizo que encuentre un punto de apoyo en el tabaco, en su táctil presencia. “Cuando se escribe se suspende la vida y por ende se suspende también la muerte. Escribo porque es mi ejercicio privado de resurrección”, dice Zurita. Mi madre se ha ido y nada de lo que yo haga o deje de hacer la devolverá conmigo. Esa certeza se constituye en mi verdadero punto de apoyo. Corresponde entonces entregarle al sediento la fuente que necesita para continuar de pie. Toca ir por el agua, por la lluvia que alimentará la voluntad y el ánimo para la siembra trascendente. Ahora es el turno del agua, de sus propiedades curativas. La vida sigue. Sé que mi madre habría reprochado verme encender un cigarrillo. Por mí, y porque no soy un hombre de vicios, decidí apagar ese viejo hábito.

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