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La Inteligencia Artificial tiene sed

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Fecha Publicación: 13/09/2025 - 22:00
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Al estrés hídrico que vive el planeta, a la gran demanda de agua para la agricultura y a la falta de ella para millones, se suma un actor inesperado: la Inteligencia Artificial (IA). Mientras muchos temen que les arrebate sus empleos, ya está tomándose su agua.
La IA es una “nube” con un costo ambiental y una sed descomunal. Una simple conversación con un modelo como ChatGPT —de treinta a cuarenta preguntas— puede consumir hasta medio litro de agua, es decir, una botella de esas que compramos en la bodega de la esquina. Ese medio litro debe ser multiplicado por los cientos de millones de usuarios.
Ya antes de la aparición de la IA generativa en el ámbito global, Microsoft, en 2022, incrementó en 34 % su consumo de agua potable y Google en 21 %. Para tener una idea de cuánta agua usó Google ese año basta decir que pudieron llenarse más de 8.500 piscinas olímpicas y Microsoft, más de 2.500.
Las investigaciones proyectan que para 2027 la demanda de agua para la IA podría equivaler al consumo anual de un estado entero como Washington (184 827 km2), Estados Unidos; un pocotón más grande que el Ucayali (102 410 km2).
Esta sed resulta de los data center (centros de datos), edificios colosales que albergan miles de servidores. Esas máquinas operan sin pausa y generan gran calor. Para evitar daños deben enfriarse con sistemas dependientes de grandes volúmenes de agua dulce.
El dilema es evidente en países como el Perú, altamente vulnerables a la crisis hídrica. Según estudios, para 2030 el 58 % de la población vivirá en zonas con escasez de agua. En Piura, 55 distritos han sido ya declarados en emergencia por sequía, mientras que en Lima más de once millones de habitantes —un tercio de la población peruana— dependen del caudal cada vez más reducido del río Rímac, que aporta menos de 100 m2 de agua por persona anualmente, considerado de escasez extrema.
El Perú desperdicia hasta 65 % de agua anualmente por malas conexiones. Esa pérdida, sumada al impacto que tendrían los centros de datos, nos resta competitividad en plena revolución digital y evidencia la tensión hídrica.
Las grandes tecnológicas hablan de convertirse en empresas “agua positivas”, restaurando humedales o financiando proyectos a miles de kilómetros. Sin embargo, esas compensaciones no resuelven la urgencia local de comunidades que abren el caño y sale aire, o simplemente no tienen una conexión a redes de agua potable.
El desafío está planteado: ¿cómo compatibilizar el desarrollo digital con la sostenibilidad hídrica? ¿Y cómo hacer que el Perú no quede rezagado en la carrera digital? ¿Nuestra Amazonía sería un lugar adecuado para establecer centros de datos?
Lo que está claro es que se requiere transparencia en el consumo, innovación en los sistemas de refrigeración y regulaciones ambientales más estrictas. Porque, a medida que la IA sigue creciendo, su huella hídrica también lo hace, y el futuro de millones depende de cómo se gestione hoy la sed de ese monstruo invisible e imparable.

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