La pluma del diablo
Cuando a finales del siglo XVIII el suizo Jean-Paul Marat llegó a París para estudiar medicina, la Ciudad Luz vivía los albores de la Revolución, una era convulsa que se balanceaba entre la incertidumbre y la turbulencia política. En ese escenario, Marat se convirtió en un agitador de inquebrantable vocación izquierdista y en un incendiario periodista.
Era un hombre demacrado, con una enfermedad crónica a la piel que lo atormentaba, caracterizada por erupciones y lesiones. Se sumergía en largos baños medicinales para aplacar su malestar, tanto que escribía y trabajaba dentro de su bañera; y así lo inmortalizó Jacques-Louis David en su sublime pintura ‘La Muerte de Marat’.
En 1792, se unió a la Convención Nacional, la asamblea que gobernó Francia después de la caída de la monarquía en agosto de 1792. Los primeros meses de la Convención estuvieron dominados por dos facciones revolucionarias opuestas: los Montañeses (Montagnards) y los Girondinos. Los Montañeses estaban muy relacionados con el Club Jacobino de París, como el propio Marat, y querían otorgar más poder político a los pobres. A contramano los Girondinos, compuestos por la educada clase media provinciana francesa, apostaban por una república burguesa.
En su periódico ‘L’Ami du peuple’ (El Amigo del Pueblo), Marat no conoció la moderación. Sus escritos eran una avalancha de palabras, un vendaval retórico que describió la Revolución, avivó el fuego y linchó verbalmente. No conoció la piedad.
Fue una fuerza incendiaria y activa de la Revolución. En su diario, abrazaba la izquierda más radical, promoviendo la redistribución de la riqueza y una extrema e imposible igualdad social. Hoy este hombre se alinearía con el comunismo más radical.
Durante la Revolución sus escritos apoyaron medidas radicales que desencadenaron violencia y represión. Promovió la persecución de los supuestos enemigos de la Revolución. Algunos lo consideran una figura controvertida y polarizadora que contribuyó a la brutalidad de la época, especialmente durante el período conocido como el ‘Reino del Terror’.
Fue asesinado, en su bañera, por Marie-Anne Charlotte de Corday d’Armont, una figura notable durante la Revolución Francesa. Corday pertenecía a una familia de la baja nobleza y era simpatizante de los Girondinos, una facción revolucionaria mucho más moderada y en conflicto con los Montañeses. Ella estaba segura que muerto Marat, podría poner fin a la radicalización y la violencia de la Revolución, pero más bien condujo a todo lo contrario. La mortal puñalada de Corday transformó a Marat en inmerecido mártir.
Este hombre nos recuerda que la retórica polarizadora y la búsqueda desenfrenada del poder, incluso bajo la premisa de la libertad de expresión, pueden tener consecuencias desastrosas. Es un recordatorio de que bajo la premisa de la libertad de expresión, puede incitar el odio y el caos en una sociedad que busca su propio camino, en tiempos de cambios.
Marat deja una lección a los periodistas: la pluma, según la mano y los sentimientos que la guíen, puede llegar a ser la pluma del diablo.
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