La suma de todos los miedos
Quienes creemos que la vacancia del señor Vizcarra sucedió dentro de los cánones constitucionales no debemos renunciar al esfuerzo que interpretar nuestro país significa: miles de jóvenes están marchando con una pasión que pocas veces se ha visto. A algunos ese despertar de la conciencia política y de la participación cívica de una nueva generación -la mía- los aterra; no es mi caso. En los últimos años lo único que hemos visto de parte de nuestra clase política es corrupción, empacho de apetitos personales y un ejercicio constante de postergación de los intereses de país a costa de los propios, o de los caciques de la franquicia política con la que llegaron al Congreso. Hay indignación. Y yo prefiero a peruanos indignados antes que indiferentes.
La cuestión está en aproximarse a la complejísima situación que el país vive al menos con voluntad expresa de objetividad y una vocación legítima de comprender a quién piensa distinto que uno. Y el primer paso hacia ese destino está en entender que quienes hoy manifiestan su indignación están molestos por cosas muy distintas y estamos frente a una catarsis nacional: hemos visto demasiado. Ahora bien: considerando que el derecho a la protesta está tutelado por la Constitución -aunque restringido por la pandemia- hay algunas preguntas que, al plantearse, nos permitirán ver claramente que los miles que hoy alzan la voz son un mucho menos homogéneo de lo que se quiere plantear como una narrativa uniforme: ¿por qué está marchando cada persona? ¿Qué los motiva?
Muchas personas a las que conozco, respeto y aprecio se han plegado a las protestas. Con varias he tenido la oportunidad de conversar justamente sobre la duda que me asaltaba. Lo que encontré es que muchos marchan por la indignación esencial que tanta corrupción supone. Marchan de hartazgo; de ganas de gritar que merecemos más. Otros están visceralmente en contra de la asunción de poder por parte del señor Merino. Están quienes consideran que el Congreso no los representa y que es el nido por antonomasia de las golondrinas pendejeretas de la patria y están quienes consideran que el gabinete que ha convocado el señor Merino y confiado al señor Flores-Aráoz no es de su agrado. Finalmente, están quienes quieren cambiar la Constitución y han aprovechado.
A quienes están en contra de que el señor Merino -que a mi me parece apocado y de inteligencia bastante austera; aunque con que no sea ladrón me doy por bien servido- encabece este gobierno de transición habría que preguntarles qué solución es la que les daría tranquilidad. ¿Que sea destituido y asuma el siguiente en la línea? Lo dudo. Algunos han ensayado la tesis de que algún miembro del Partido Morado debiera ser quien encabece el proceso porque fue aquella bancada la que votó de forma unánime por el no. Pero… ¿No es esa la negación estructural de la democracia? La minoría que el pueblo eligió terminaría gobernando porque en solo nueve meses el pueblo se dio cuenta de que la mayoría que eligió no era la idónea. Para eso habría que votar mejor, antes.
Quienes ven en Merino a un golpista me permitiría preguntarles por qué no vieron en el ingeniero y presunto delincuente Martín Vizcarra la misma amenaza. De buenas a primeras, el señor Kuczynski iba a ser removido del cargo exactamente por la misma puerta por la que ha salido el señor Vizcarra y -dígase enfáticamente- con acusaciones mucho menos contundentes. Nadie gritó que se había encajado un golpe de Estado ni las calles se llenaron de multitudes. El único que anduvo ocupadísimo por esos días fue el ingeniero Vizcarra, complotando contra su jefe y viendo la manera de terminar de tumbar a quien lo llevó al poder. Y cuando el señor Vizcarra cerró el Congreso -legitimado por los Teletubbies de Nadine del Tribunal Constitucional-, mutis también. Curioso.
Ahora: quienes ven en el Congreso a la perversión sublimada quizás ven con claridad. Pero fue el señor Vizcarra quien, aplaudido por la prensa y las multitudes, cerró el congreso anterior para convocar a su congreso: el que lo acompañaría en la lucha contra la corrupción y en su empresa reformista. Y los electores premiaron a quienes hoy decapitaron al falso paladín de aquellas banderas. Por otro lado, quienes creen que el Congreso ahora irá contra la Sunedu (que debe ser defendida a toda costa), y se entregará a sus hambres populistas les pregunto: ¿qué ha cambiado? El Congreso sigue siendo el mismo que la semana pasada y sus propuestas descabelladas siguen sobre la mesa. El señor Vizcarra pudo observarlas. El señor Merino también. Pero nada más.
Si el Congreso realmente decide cargarse a la Sunedu lo máximo que cualquier presidente, así fuese el mandatario el más acérrimo defensor de la reforma universitaria -que, insisto, hay que defender- lo máximo que el Ejecutivo puede hacer es observar la norma y rezarle a La Sarita para que el Congreso no la promulgue por insistencia. Dicho eso: ¿qué terreno se ha perdido entonces? Y el Congreso ya no puede ser cerrado constitucionalmente en el último año.
Entonces: ¿cómo haríamos? ¿Sacamos los tanques? El Tribunal Constitucional, por otro lado -sin importar lo que digan los pericos jurídicos de Palacio- no puede sentenciar con efectos retroactivos y la materia ya se sustrajo: es otra vacancia la que se ha llevado a cabo. La competencial era contra la primera. No hay salida.
Luego ya están quienes tienen una posición claramente ideologizada y ven en el gabinete Flóres-Aráoz a las antípodas de su pensamiento socialista. Muy bien: que esperen, que son solo 8 meses, y que inunden las ánforas de votos en favor del señor Arana o de la señora Mendoza. No mezclemos entonces papas con camotes: la indignación la entiendo. Hasta un punto la comparto, pero la cuestión está en qué se hace con ella. Allá de aquellos que secuestren el hartazgo ajeno para con un camino pavimentado de falacias arrastrar a otros -a la chilena- a un cambio de Constitución. Y quienes no creen en ese camino tienen todo el derecho de desaprobarlo y de desaprobar una manifestación, pero les hago, a todos, una sola pregunta: ¿qué quieren que pase? Propongan una salida.