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La victoria de la luz

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Fecha Publicación: 18/04/2025 - 22:50
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El Jueves, Él partió el pan y lo compartió; fue traicionado por uno de los suyos por un puñado de monedas y ése selló con un beso la conjura. El Viernes, lo martirizaron, le colocaron una corona de espinas. Se burlaron de Él, frente a los ojos de su madre María, de nuestra mamá María. Le partieron los huesos, laceraron su cuerpo, lo crucificaron, pero no pudieron romper su espíritu ni debilitar su amor y menos su luz.
El Sábado —un día como hoy— la piedra de su sepulcro rodó no por fuerza humana; rodó sola. Y resultó
que allí dentro no había un cadáver, sino ya el Dios vivo, con las heridas todavía abiertas y la mirada llena de amaneceres. Era la madrugada del Sábado de Resurrección cuando la luz volvió a caminar por el mundo. La luz no grita ni impone; entra en silencio por toda rendija. Y la luz del Resucitado hizo lo que ninguna religión ha logrado conseguir del todo: tocar el corazón de las personas abiertas a ello y cambiarlo desde dentro.
Esta luz interna en el corazón es algo de lo que el Cristo le habló a los fariseos en una de sus varias interacciones. Se los dijo con la dulzura del sabio y la rabia del que ama de verdad y desprecia las apariencias: “Ustedes limpian por fuera la copa, pero por dentro están llenos de robo y maldad” (Mateo 23:25).
Los fariseos fueron un grupo religioso y político muy influyente en el judaísmo del siglo I, particularmente en tiempos de Jesús; muy estrictos en la observancia de la Ley de Moisés. No fueron sacerdotes, pero ejercían gran influencia sobre el pueblo que los consideraba piadosos y estudiosos de las leyes religiosas.
Jesús los criticó por su hipocresía y aparentar santidad pese a tener un corazón cerrado y orgulloso; por usar la ley para oprimir, por aparentar sin haber tenido una verdadera transformación interior.
Muchos fariseos rechazaron a Jesús como el Mesías y tuvieron celos del poder y de la conexión directa con un pueblo que se alejaba cada vez más de ellos y se acercaba a Jesús con devoción. Los fariseos sabían de Dios, pero no lo conocían. Creían tener la verdad, mas la ausencia del amor en sus corazones impedía la entrada del Verdadero.
El Cristo no salió de la tumba con venganza, salió con paz. No volvió para castigar, sino para abrazar a los que le clavaron los clavos. Él quiso que tuviéramos claro que no cambia el corazón con rezos repetidos de memoria, ni misas donde no se pone el alma. Cambia cuando Dios lo toca, como el sol a la tierra después de una triste y larga noche.
Hoy, Sábado de Resurrección, no es una simple fiesta de calendario ni un ritual de incienso y flores. Es un grito suave, una verdadera revolución del ser humano que abre su corazón para que entre la luz y se transforme para el bien. Ese bien cada vez más escaso en el Perú, degradado y carcomido por los fariseos.

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