La vida como obra de arte
Hacer de nuestra vida una obra de arte es atreverse a crearnos libremente, ajenos a lo que esperan o celebran de nosotros, los otros. Hoy, es ser ajenos a la validación superficial de los ‘likes’ y corazoncitos en las redes sociales que nos devoran sin que nos demos cuenta.
Friedrich Nietzsche, uno de los filósofos más provocadores de la historia, nos invita a vivir como si fuéramos los artistas de nuestra existencia. “Haz de tu vida una obra de arte”, dijo. Algo que hoy se desvanece bajo el ataque de las redes sociales, que tienen a todos subiendo fotos de felices relaciones posadas, más posadas que las de sus conocidos en ese mundo virtual tan tóxico que ya cataloga como adicción.
En la introducción de su ensayo La intimidad como espectáculo (2008), la antropóloga mexicana Paula Sibilia nos recuerda al notable filósofo, filólogo y compositor musical alemán que fue Nietzsche. El revelador trabajo de Sibilia describe cómo las redes sociales han logrado despojar a millones de personas del sentido profundo de la vida privada. “Exhibimos -escribe- nuestros deseos, fracasos, victorias y secretos para que otros los consuman en un clic, sin cuestionarnos el precio de esa exposición”. En la cultura de la inmediatez, donde cada instante es convertido en contenido irrelevante solo para mostrar hasta lo que comemos, se olvida que la vida no debe ser una vitrina sino una creación personal, única y auténtica.
En las redes las vidas son una narrativa pública cuidadosamente diseñada, por los usuarios, para ser aprobados, aplaudidos, deseados y envidiados por una audiencia curiosa. No se crea, se exhibe y todo se retoca. Todos tienen la sonrisa blanquísima, el peso ideal y ninguna mancha en la piel. Maravillas de la tecnología.
Y si la intimidad es espectáculo, el Nobel Mario Vargas Llosa nos recuerda en su extraordinario ensayo La civilización del espectáculo (2012) cómo nuestra cultura ha reemplazado lo profundo por lo efímero: “El hombre de hoy vive en un mundo de superficialidad, donde el entretenimiento ha desbancado la reflexión profunda”. Nos advierte sobre los peligros de esta búsqueda insaciable de placer instantáneo, que nos aleja de la esencia de lo que significa vivir auténticamente. Estamos renunciando al arte de ser nosotros mismos.
El filósofo Lin Yutang, en su obra cumbre La importancia de vivir (1937), nos ofrece una reflexión que podría ser la clave para hacer de nuestras vidas una obra de arte: “El secreto de vivir bien no está en acumular, sino en disfrutar. La verdadera alegría de vivir no está en lo que se obtiene, sino en lo que se experimenta (…)”.
Vivir como arte no es un llamado al perfeccionismo ni a la estética vacía. Es un compromiso con la autenticidad, un rechazo al molde prefabricado que las redes sociales y la cultura del espectáculo nos imponen. Hacer de nuestra vida una obra de arte es elegir el silencio frente al ruido, la creación frente a la copia, la conexión genuina frente al espectáculo, el mirarse a los ojos y no a través de una pantalla. Y alejarse de todo aquello que nos impide dar rienda suelta a toda nuestra creatividad e incesante búsqueda y perfeccionamiento espiritual.
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