Letanía
Leí a Ena Columbié gracias a su compatriota, la poeta cubana radicada en Miami, Lizette Espinosa. Columbié es licenciada en Filología. Ha escrito diversos ensayos de crítica artística y literaria. Ha publicado los libros: “El Exégeta”, “Ripios”, “Isla”, “Luces”, “Confesiones de un idiota”, “Piedra”, “Aqua”, entre otros. Como artista ha expuesto en varios países de Latinoamérica, Europa y EEUU, ha colaborado en periódicos y revistas especializadas, e ilustrado revistas de arte y literatura, periódicos y libros. Escribe en El Nuevo Herald. “La muerte está a mi lado/ en una oscura esquina / donde no se ven mis manos/ pero ella puede verme. // No respiro para no avivarla/ y siento el viento frío de los finales. / Me cobijo como un feto. / Mis huesos crujen/ y ella está helada frente a mí/ cargando fuerzas / para emprenderlas conmigo/ hacia su camino sin retorno”, apunta en uno de sus más contundentes poemas con una precisión que sorprende por los temas que aborda. No es sencillo el equilibrio cuando la muerte o la frustración, el desasosiego o la desesperación se hacen de nuestras emociones. Lo usual es dejarse derrotar por una poética de lo predecible. No sucede eso con la propuesta de Ena. La suya es el rugido de un fauno que agrede con el bronco palpitar de su mandíbula, por eso no se mide, aunque expone la herida, la cicatriz es el resultado de un zurcido perfecto. Se escribe para abrazar o para que el golpe sea efectivo. Ena Columbié no escribe, desgarra. Por eso sus poemas son también el derechazo siniestro de un psicópata que tiene claro que solo ese impacto nos sacará del letargo. Su grito, esa voz incrédula, intolerante, inoportuna, teje un inventario, traza una bitácora que nos conduce hacia el delirio y lo complejo. “Como un golpe a las tinieblas/ busco auxilio en el aliento”, nos dice. Entonces su poesía, de pie frente a ella misma, deja de ser el monólogo del vacío para entregarse a un diálogo donde la madre, esa raíz que la toca aun transmutándose en la pirueta de unas aves, la devuelve al principio. “Letanía” (Editorial Summa, 2025) es un tratado que nos enseña que la luz es un vehículo y una ridícula mentira. Acude por eso a la palabra, a su liturgia imperfecta y sin destino. Allí es la fragua, el fuego, el martillo, la mujer de la cadena: “la niña que aparece de su mano”. Leerla es un desafío porque significa enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestra cámara tenebrosa, a sus ventanas que crujen como el hueso de la lucidez, rompiéndose. Atrévanse a cruzar sus sentidos, el libro ya circula en librerías.
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