Los filósofos peruanos de la diáspora
Hay muchas razones por las cuales algunos de nuestros mejores exponentes intelectuales optan por no quedarse en la patria en que nacieron. Claro, están desde las decisiones estrictamente personales a aquellas en las que las oportunidades han sido más atractivas en los linderos extranjeros. Suele suceder que antes de retener el talento lo más frecuente es hostilizarlos de diversas formas. Sin embargo, para sistemas más óptimos para consolidar sus ventajas académicas diferenciales, poseen estrategias de atracción y valoración de aquellos individuos que movilizarán positivamente sus ecosistemas intelectuales.
En el caso de los filósofos peruanos que han hecho de sus vidas una larga y definitiva estancia fuera del país son un signo de esta forma, acaso también desarraigada, de construir conocimiento. Mencionaremos a parte de esa lista de peruanos que convirtieron su diáspora en una oportunidad y, a pesar de su lejanía, mantuvieron lazos con el Perú de formas tales que, cuando sucedía la posibilidad, impactaron en las comunidades teóricas correspondientes. Un caso emblemático es Edgar Montiel, filósofo y economista, cuya trayectoria lo llevó tanto a zonas latinoamericanas en las que hizo un intenso trabajo como funcionario cultural de la Unesco y llegó a ocupar puestos de alta relevancia en su sede en París. Con una notable producción sobre el valor de la cultura como eje de desarrollo y la configuración global y de imprescindible presencia en Europa de Garcilaso de la Vega. Vino a su país muchas veces desde Francia, donde reside, en particular a dar conferencias en la universidad de San Marcos.
También la figura de Alberto Cordero, un estudioso acucioso y docente universitario, experto en analizar las corrientes filosóficas contemporáneas, en particular desde el enfoque de la epistemología y la reflexión sobre la ciencia; estudió en Cambridge y Oxford y, además de enseñar durante décadas en The City University of New York donde dirigió su programa de graduados. Regresa anualmente también a su patria y concede con generosidad sus conocimientos a las nuevas generaciones con quienes charla sobre ciencia y filosofía. A su vez, otro filósofo notable es Jorge Secada, doctorado en Cambridge y uno de los expertos mundiales en Descartes y Francisco Suárez. Es actualmente profesor en la Universidad de Virginia en USA.
Otro pensador en la diáspora es Octavio Obando, quien luego de enseñar en San Marcos, incluso en épocas complejas y de profunda precariedad, construyó un proyecto inolvidable de reconocer la tradición filosófica peruana; por eso es uno de los más importantes historiadores y críticos del proceso intelectual local, cuestionado su desapego con la realidad. Actualmente vive en Brasil y está dedicado a la docencia e investigación en una universidad de esa nación.
Pero ese exilio no se detiene. Indicaré el caso de dos talentosos jóvenes y que, visto en términos de creación de valor para el país, son también oportunidades que nos perdimos. David Villena Saldaña, una de las más interesantes promesas filosóficas que tenemos. Estuvo enseñando en San Marcos bajo un ambiente adverso a sus evidentes competencias académicas, donde ya desplegaba sus orientaciones hacia la investigación en filosofía analítica. Hoy es profesor en la Universidad de Hong Kong, donde enseña y reflexiona sobre la tecnología, la IA y la ética. También tenemos a Jimmy Hernandez Marcelo, profesor y excepcional investigador en la Universidad de Salamanca y la Universidad de Turín, un experto en neorrealismo, en la línea de Ferraris y Gabriel.
Estos filósofos peruanos dejan una huella extraordinaria sobre la posibilidad de pensar y vincularse al Perú, su inevitable y complejo punto de partida territorial y simbólico.
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