Lugar común
¿Por qué escribe un Poeta? Es la pregunta que nos hacemos con mayor frecuencia, se trata de nuestro lugar común. Antes de empezar a escribir, aprendí a dibujar y a pintar. Viví dos años en un precioso valle de la sierra peruana. Frente a mi casa vivía un pintor: Segundo Flores, el Shemere y, en la esquina, el pintor Romero. Shemere era paisajista y Romero pintaba frescos de estilo renacentista.
Pasaba casi todas mis tardes en el taller de Shemere aprendiendo a matizar el color y, los sábados, iba donde Romero para que me enseñe a dibujar anatomía. Yo tenía 8 años. Con ellos llegué a los impresionistas, al trabajo del color, a la intensidad, a ese temblor frente a los cuadros de Delacroix, a su carga romántica. Eso me marcó desde niño. A veces pienso que debí ser pintor.
Gracias a Shemere y Romero me importa la construcción visual. Por eso cuando escribo me preocupo por las imágenes. La intensidad es sensorial. Gracias a esos dos pintores de mi niñez, crecí admirando a Delacroix, a Goya, a Egon Schiele. Luego nos instalamos en las montañas del bosque seco tropical, en la costa, en un lugar habitado por menos de setenta familias. Allí aprendí a esperar la noche para escucharme. Ese silencio, ese temor que produce poder escucharse, fue lo que hizo que asalte a la noche para sobrevivir. La noche es el escenario al que acudo para escribir, para reconciliarme con el miedo. Yo guardo profundo respeto por la noche.
Por eso admiro a los cuervos. El cuervo es el pájaro que asume con mayor precisión el sentido de la libertad: es egoísta, es desarraigado, el cuervo es el más humano de los pájaros. Los lobos temen a los hombres, por eso los atacan. El cuervo no, el cuervo convive con ese peligro.
La poesía es eso: la poesía es un peligro. A mí me gusta convivir con el peligro. Por eso, no sólo Vallejo se asumió cuervo. Poe, Yeats, Panero, eligieron al cuervo para reescribir su voz. Con la poesía aprendo a identificar las pérdidas. Yo siento que el poeta es un ciego al centro de un mundo de reflectores (a un verdadero poeta no le importan los reflectores). Por eso persiste como un ciego que tiene consciencia de lo que vive, pero, aun así, insiste, en ir contra la corriente, no sé si motivado por alguna categoría moral o ética; tal vez por instinto o por pura necedad.
En el fondo sabe que nada está bien, sabe que está rodeado de inmundicia, sin embargo, sueña y continúa escribiendo a pesar que el mundo se despedaza en sus narices. Se trata de la ceguera del poeta que nunca sabrá qué es la poesía ni dónde su lugar en el mundo. Sobre esa ceguera, escribo.
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