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Lujo arriba, desamparo abajo

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Fecha Publicación: 10/08/2025 - 23:01
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Mientras el país se desangra y un suboficial como José Gabriel Munive cae en La Victoria con un chaleco que tuvo que comprar de su bolsillo, el alto mando de la Policía Nacional del Perú pasea en camionetas premium financiadas con recursos reorientados desde partidas sensibles. La Contraloría ha abierto indagación por la compra de Audi, RAV4 y Corolla por más de S/ 17 millones y por 500 bodycam —adquiridas por S/ 4 millones— que en su mayoría están abandonadas o inservibles por falta de uso. El contraste es brutal: precariedad para la tropa, confort para la cúpula.
No es un caso aislado ni un mero “error administrativo”. La información disponible indica que se trasladaron montos de personal, pensiones; bienes y servicios para engordar la partida de “activos no financieros” que terminó en vehículos de lujo para tenientes generales y generales. Al mismo tiempo, comisarías sin alcoholímetros, sin radios TETRA, sin escudos ni chalecos; patrulleros con mantenimiento rezagado; y agentes sin prácticas de tiro ni capacitación continua. ¿Cómo se explica que lo “urgente” sean camionetas de alta gama y no los equipos básicos para enfrentar a sicarios y extorsionadores?
La corrupción menuda —esa que erosiona la legitimidad día a día— completa el cuadro. Ciudadanos denuncian operativos de fachada, paradas arbitrarias, coimas por infracciones inventadas. No es “viveza criolla”: es un impuesto ilegal que se cobra en la calle y que aleja a la Policía de su misión esencial: patrullar, investigar, desarticular bandas y luchar contra la delincuencia. Cuando el patrullaje real se reemplaza por retenes para sacar dinero, los delincuentes ganan territorio, apoderándose de ese espacio y la ciudadanía aprende a desconfiar de la Policía. El resultado está a la vista: extorsiones normalizadas al punto de que empresas de transporte evalúan subir pasajes “para pagar cupos”. Eso no es adaptación: es claudicación.
Este editorial no prejuzga procedimientos ni condena sin debido proceso. Pero exige respuestas inmediatas y verificables:
Transparencia total de las compras: publicación de expedientes, criterios de asignación y responsables. Suspensión del uso de vehículos premium hasta que la Contraloría concluya. De ser el caso, reversión de adquisiciones y retorno de fondos a Saludpol y a equipamiento operativo.
Cámaras corporales obligatorias y operativas (con política de almacenamiento y auditoría independiente) para tránsito, intervenciones y patrullaje. Bodycam guardada es corrupción invitada.
Reforma del control de tránsito: rotación de personal, patrullaje por cuadrante con GPS, eliminación de metas recaudatorias de papeletas, sanción administrativa y penal acelerada por coimas.
Rendición de cuentas mensual: indicadores públicos de patrullaje efectivo (horas en calle, tiempos de atención de llamadas, casos resueltos) por comisaría y unidad.
Blindaje a los agentes que sí cumplen: dotación urgente de chalecos, radios, munición y entrenamiento; seguro de vida y apoyo real a familias de caídos.
El ministro del Interior, Carlos Malaver, no puede conformarse con culpar a gestiones previas ni con promesas de donaciones. La ciudadanía necesita fechas, montos y resultados. El comandante general, Víctor Zanabria, debe explicar por qué se priorizaron camionetas de lujo y por qué bodycam nuevas duermen en depósitos. Si no hay explicaciones convincentes —y correctivos inmediatos—, corresponde asumir responsabilidades políticas y administrativas.
La seguridad no se recupera con discursos ni con show de operativos. Se recupera con una Policía que se mira al espejo, corrige, limpia y vuelve a la calle a hacer lo que debe: prevenir, patrullar, investigar, capturar. Cada sol que se va a vanidades es un sol que le negamos al agente que hoy sale sin equipo a enfrentar a una banda armada. Cada coima cobrada en una esquina es un ladrillo menos en el frágil puente de confianza entre policía y ciudadano.
No hay tiempo qué perder. O la PNP elige el camino de la transparencia y el servicio, o seguirá perdiendo la calle, el respeto y, lo más grave, vidas.

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