Maruja y la negritud
La activa y heroica participación de los afrodescendientes en la construcción y defensa de la patria, así como en la política y en la literatura son poco conocidas. Maruja Muñoz Ochoa lo sabía, por eso se dedicó a investigar y a publicar una serie de artículos rigurosos y de gran valor para el conocimiento de la riqueza de saberes de nuestro país. Fue una querida amiga, maestra y colega; fue una notable periodista, una crítica taurina que escribió bajo el seudónimo de Doña Alois, fue escritora y principalmente investigadora de la cultura afroperuana, afroamericana y africana, en general.
Leer a Maruja es saber que aquí yerran quienes tratan de dividir con eso de cobrizos, de andinos o de descendientes de los imaginarios Manco Cápac y Mama Ocllo. De más sabemos que tenemos de inga y de mandinga, y bien podríamos añadir que tenemos bastante más.
En un país donde todo se ha querido blanquear o andinizar poco se habla de cuánto de negro hay en el altiplano: “Entre los atractivos de la fiesta de La Candelaria, Puno -anota Maruja- destacan las danzas saya, surgida del tun-tun del tambor africano usado por los esclavos que trabajaban en las minas de Potosí. Otras danzas afro-altiplánicas son la morenada y la diablada, comparsa mixta donde las mujeres cantan y bailan moviendo las caderas, hombros y manos, mientras que los hombres, guiados por el diablo mayor, ejecutan la música al son del bombo, originario del norte de África e introducido a las cortes europeas en el siglo XVIII”.
A nuestros niños no se les enseña sobre los aportes de la comunidad afroperuana y la discusión de los “expertos” se centra en incluir un tema sin base científica ni biológica como la llamada ideología de género. Los alumnos deberían saber, más bien, que “Ricardo Palma, el escritor peruano más importante de todos los tiempos, creador de un género literario que revolucionó la prosa sudamericana fue hijo de Dominga Soriano Carrillo, guapa mulata nacida en Cañete”, y que “Micaela Bastidas Puyucahua, era hija de español descendiente de esclavizados libertos antes de embarcarse al Perú”. La “Zamba Bastidas” la llamaban sus enemigos, anotaba Maruja.
Al reseñar el libro de Fernando Romero “Quimba, Fa, Malambo, Ñeque”, que rescata unos quinientos vocablos aportados por los africanos a Hispanoamérica, explicó: “Al saborear un delicioso cau cau, sin saberlo, usamos un vocablo de Guinea, kaukau, y otro del bantú: mondongo. Lo mismo si comemos una banana (aporte bantú a la lengua inglesa) o libamos un guarapo. Ajiaco es palabra nigeriana y tacu tacu viene del yoruba. ¿Sabrían los admiradores de Louis Armstrong que el jazz viene de la voz mandinga yas?”
Urge recuperar e internalizar los aportes de los afrodescendientes y entender cuán mestizos somos, cuántas razas corren en nuestras venas y con ellas tantísimas historias por ser liberadas del olvido.
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