Mensajeros irresponsables
La gran prensa salta cuando dispara fake news y posverdades y se lo hacen notar. “No culpen al mensajero”, dicen los serviles periodistas de esos medios. Esto como si “el mensajero” no se hubiese tomado el tiempo de seleccionar una mentira para disfrazarla de aparente verdad con la sola intención de dañar. Basta recordar el operativo político montado por la colombiana Clara Elvira Ospina contra Keiko Fujimori, en la campaña de 2016, con el afán de ayudar al triunfo de Kuczynski, el hombre de Odebrecht en el Perú. Y sobran los ejemplos en el que reconocidos lobistas escriben columnas semanales, sin el disclaimer del caso, y aparecen en diversos programas televisivos y radiales como expertos en determinado tema, cuando lo cierto es que les están pagado por cada una de las palabras que escriben o dicen.
Los medios como portadores de mensajes que impactan en la opinión pública, tienen la obligación de informar con la verdad y conocimiento del tema tratado. Más aún cuando una mentira puede viralizarse rápidamente a través de las redes, como ocurrió recientemente con el supuesto “escape” a Colombia de Yenifer Paredes, la cuñada/hijastra del presidente Castillo.
El mensajero nunca debe usar artimañas para confundir a sus audiencias, menos aún para beneficio de sus propios intereses empresariales o el de sus accionistas ni tampoco para espantar con situaciones que no tienen solución. Esto está ya moldeando al periodismo del siglo XXI, pues los consumidores son hostiles a todo lo que perturba sus intentos de vivir tranquilos y en paz.
La única defensa cerrada que compete a un buen mensajero es por la libertad de prensa y la democracia liberal Todo lo demás debe pensarse como respuesta a las apremiantes necesidades del público y para formar y educar. Los medios deben alimentar los cerebros y no adormecerlos. Repetía incansablemente el amauta Javier Pulgar Vidal que “el mayor recurso natural de un país es el cerebro de sus hijos”. Cuidar ese recurso es el gran reto que tienen no solo los educadores sino también los “mensajeros” y todos quienes estén ligados a ellos.
La gran revolución educativa pasa por una alimentación adecuada y por proteger al recurso cerebro de todo lo que pueda dañarlo: drogas, contaminación ambiental, alimentos procedentes de zonas contaminadas, violencia familiar y estupideces mediáticas. Es pues responsabilidad del “mensajero” todo lo que publica y difunde, sin pensar en si aquello hará un bien al país y ayudará a las audiencias a entender lo que ocurre en la tierra en la que vive.
El autor suizo, empresario y doctor en filosofía económica, Rolf Dobelli, sostiene que la acumulación de noticias nos perjudica. En su libro ‘El arte de pensar con claridad’ (2011), aconseja liberarnos del “consumismo informativo”, es decir, dejar de ser unos loquitos por las noticias, justamente para no enloquecer por ellas porque ocurre que las malas noticias –bombardeadas constantemente- nos convierten en temerosos, agresivos y afectan nuestra creatividad y capacidad para reflexionar.
Cuidémonos de los mensajeros irresponsables.
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