Miremos al Perú (profundo)
Trataré de contarles una historia, mi historia personal. Nací y me crié en Bolívar, un pequeño pueblo de la provincia de San Miguel de Cajamarca; mis familiares dicen que aprendí a leer a corta edad, posteriormente me convertí en “devorador” de libros, encontré y leí los libros y las revistas de mi abuelo materno, los libros de la biblioteca de un club deportivo local, literatura diversa que iba cayendo en mis manos. Me llamaban la atención los personajes, los lugares y las situaciones que se describían en los textos, por ejemplo: expediciones a la jungla africana, viajes en tren, los muñecos de nieve, las cenas en restaurantes de categoría, etc.; en mi localidad solo teníamos el cañaveral de la familia, los caballos y los asnos, el calor en los meses de escuela y las lluvias en época de vacaciones, la pensión de la vecina. Cuánto ansiaba conocer esos lugares, vivir como vivían los personajes.
Vengo de una familia de clase media, mis padres se dedicaban a la elaboración de aguardiente de caña, negocio instaurado por mis abuelos paternos, los peones que cultivaban la caña eran muy humildes y tenían familias numerosas, lo poco que ganaban básicamente les servía para alimentar a su familia, muchas veces veía como mis padres compartían con ellos algunos insumos de comida o la ropa que ya no nos quedaba o dejábamos de usar; mi padre nos regañaba cuando no terminábamos la comida y hasta llorábamos para no seguir comiendo, siempre repetía: “ustedes lloran por no querer comer mientras en otras casas lloran por no tener qué comer”.
Al culminar la educación primaria, gracias al apoyo de mi familia, pude ir a la ciudad de Trujillo a iniciar mis estudios secundarios, luego a Chiclayo a cursar los tres últimos años de ese nivel, en el colegio militar; culminada la secundaria viajé a Lima a estudiar la carrera de Derecho. El tránsito del campo a la ciudad y de la ciudad a la Metrópoli me hacía sentir tristeza, la recepción en el nuevo contexto no era tan buena -a excepción de la familia-, siempre se tiene la idea que el provinciano es una persona o ciudadano de segunda categoría, trayendo abajo toda la idea de igualdad o equidad; antes de llegar a Lima no me identificaba como provinciano, es en la ciudad capital donde tomé conciencia de dónde venía.
Después de pasar algunos años en Lima comencé a comprender que la idea de quienes viven en ella acerca del interior del país es limitada, sintiendo -inclusive- compasión y una suerte de desconexión entre las provincias del Perú y la Metrópoli; lo que se sabe de las zonas más alejadas es que son lugares de impresionantes paisajes, diversidad de flora y fauna, pobreza extrema, personas que esperan el apoyo del gobierno o de otras instituciones. Esta visión proviene de los medios de información y comunicación y de la propia literatura provinciana, donde ser de provincia es ser necesariamente pobre u olvidado. En gran parte, nosotros los provincianos somos responsables de la percepción errada que se tiene de nuestros paisanos, hemos seguido apostando por la migración, considerando que con ello se solucionaban los problemas de salud, educación y demás condiciones básicas que el Estado está en la obligación de ofrecer.
Caminar en nuestros pueblos es mirar a la gente que acude a trabajar con alegría, que comparte lo poco que tiene, dándonos cuenta de que no es lo que se nos muestra en los medios o en la literatura, que cada persona, cada familia, cada pueblo, tiene una historia que contar. Siempre escuchamos que los provincianos somos desordenados, incultos y que hemos contribuido a desmejorar la ciudad, ello responde a lo que el poder mediático nos muestra; si hacemos un estudio veríamos que la gran mayoría de delincuentes son naturales de Lima y Callao, que los provincianos -por lo general- somos personas emergentes y emprendedoras y que apostamos por un Perú mejor, sin diferencias entre lo urbano y lo rural.
Hemos sido testigos de cómo familiares y amigos han muerto por falta de atención médica, hemos crecido bajo regímenes represivos y centralistas, hemos sentido en carne propia la escasez de alimentos y la insania terrorista; sin embargo, no todo ha sido malo o negativo, hemos tenido una infancia feliz, con nuestras familias, en contacto con la naturaleza, leyendo libros que nos transportaban mágicamente a otros espacios. Debemos reconocer y resaltar a los provincianos que dirigen las grandes empresas, que son estrellas de televisión o de cine, que son connotados científicos o cirujanos, reconocidos juristas o líderes políticos, que triunfan con la música, que cada día emprenden nuevos negocios y, a pesar de las adversidades, logran el éxito, etc., etc.
Echemos un vistazo, de una manera diferente, a nuestro Perú profundo; potenciemos y humanicemos a nuestros hermanos que viven allí, devolvámosles la dignidad. ¡Volvamos los ojos al paraíso!