¡Muerte a violadores!
Una niñita de apenas tres años, en realidad una bebita, fue raptada y violada en Chiclayo. Estos días se recupera de la operación para curar el daño causado por Juan Antonio Enríquez García (48), su agresor. El presidente Pedro Castillo ha propuesto la castración química para esta gentuza. ¿Por qué química y no física? Aparte, mucho más efectivo es el plomo, es decir la pena de muerte. Eso merecen estos monstruos cuyo impulso no se rige por hormonas sino por una mente dañada y prácticamente irrecuperable. Es apabullante la ligereza con la que las oenegés feministas promueven el aborto, es decir el asesinato de seres indefensos; mientras con desparpajo defienden la vida de los violadores, es decir de adultos abominables.
Liz Meléndez, directora del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán (la cantera de la ministra de la Mujer, Diana Miloslavich Túpac), es de las que cree que la pena de muerte no resuelve el asunto. Según ella, “hay que trabajar en la prevención, en no permitir la impunidad. Recién cuando salen estos casos que nos horrorizan, la indignación, la rabia nos hace decir ‘pena de muerte’, pero en realidad, más allá de estar de acuerdo o no, eso no soluciona el problema, y es que hay un problema álgido de violencia contra las niñas, que es el que se tiene que solucionar, porque no queremos que haya más de estos casos”. ¿Alguien entendió ese razonamiento? Yo no.
Obviamente hay que trabajar en la previsión y erradicación de la violencia contra los más pequeñitos, pero al mismo tiempo mandar literalmente al infierno a los desalmados que atentan contra ellos. Esa es la mejor prevención, porque el grado de reincidencia de los pederastas es altísimo. Un estudio realizado en la cárcel española de Brians, demostró que agresores sexuales bajo tratamiento psicológico tuvieron, apenas, 14 puntos menos de reincidencia que los no tratados.
Lo que ocurre en la mente de un depravado como para excitarse mirando y abusando de pequeñas y pequeños es francamente irrelevante. Si fueron maltratados en su infancia o adolescencia, lástima por ellos, pero no es razón para perdonarles la vida. En el caso de la niña de Chiclayo fue un desconocido, pero la mayoría de veces es alguien del entorno familiar. Así ocurrió esta semana en un caserío de Tarapoto, donde un pequeñito, que aún no cumplía los dos años, fue violado y asesinado por su propio tío. En otros casos son los padres -incluida la madre-, o el abuelo los que abusan de su hija, nieta o sobrina. El alcohol y las drogas son, por lo general, agentes desencadenantes de estas tragedias.
La pena de muerte es lo menos que merecen los salvajes que violentan el futuro de la patria, encarnado en cada chiquita y chiquito.
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