Mundo acelerado
En la vida actual, estamos rodeados de objetos que nos ayudan a hacer todo más rápido, cada vez más rápido: se trabaja más rápido, nos comunicamos más rápido, viajamos más rápido, las operaciones bancarias, por ejemplo, son muchísimo más rápidas; pareciera que la generación actual nació con la velocidad y vemos cómo ella nos está dominando. Es necesario detenernos un instante para reflexionar acerca de la adaptación de nuestra sociedad a este cambio vertiginoso y cómo éste afecta a la seguridad, a la política, el transporte, la comunicación, la educación, la industria, etc.; conforme vamos, en el futuro: ¿seremos más productivos y seguros o seremos improductivos y vulnerables?
Aceptamos, hoy en día, que la celeridad es inevitable, emocionante e incontrolable; nos da temor la obsolescencia, pero nos preocupa que la velocidad deteriore nuestras tradiciones y el sentido clásico del hogar; hemos asumido que el futuro será cada vez más veloz. Los humanos amamos la velocidad, pero -haciendo un poco de historia- nuestro encéfalo primitivo no está realmente diseñado para la celeridad, los aviones supersónicos, los trenes “bala”, los autos de carrera, los juegos mecánicos, y otras máquinas nos castigan con: desfase horario (jet lag), mareos, latigazos cervicales; cada vez es más grande la brecha entre nuestra biología y nuestros estilos de vida, nuestro cuerpo no está diseñado ni construido para lo que le estamos haciendo hacer.
Hemos aprendido a medir la velocidad de una manera objetiva: kilómetros por hora, gigabytes por segundo; sin embargo, el sentir -gozar o sufrir- la velocidad es puramente subjetiva. La cadencia de adaptación a las nuevas tecnologías va in crescendo, por ejemplo: desde la aparición del teléfono en Estados Unidos pasó casi un siglo para que todos tengan teléfono en su casa; en nuestros tiempos, hemos tardado alrededor de una década para tener -todos o casi todos- teléfonos inteligentes. La velocidad genera más velocidad, si respondo más rápido recibiré más respuestas y tengo que volver a responder más rápidamente; la toma de decisiones ahora son más complicadas, por la cantidad de información que se debe procesar; se esperaba que las nuevas tecnologías nos aliviaran el trabajo pesado, pero el efecto es contrario: nos sentimos presionados por el tiempo, tratamos de responder el mensaje de texto de inmediato, produciendo lamentables accidentes, nos confiamos en nuestros reflejos y nuestros sesgos cognitivos, pero no siempre funciona.
Si algo caracteriza a la sociedad moderna es la aceleración, subconscientemente creemos que, si aceleramos los suficiente, lograremos superar nuestros problemas; sin embargo, ello no sucede; hemos creado la inteligencia artificial para que nos ayude a tomar decisiones mucho más rápido y más acertadamente, procesando la infinidad de datos en constante crecimiento, pero las máquinas no pueden reemplazar al pensamiento crítico y el sentido común, propios del ser humano. Lo que debemos procurar debería ser el dominio de la velocidad, aprendiendo a acelerar cuando sea necesario y a frenar oportunamente; esto es válido en los planos social e individual. Hagamos que la tecnología de la velocidad y la velocidad de la tecnología marchen a un solo ritmo: el ritmo humano.